entidades / Instituto_Popular_de_Capacitacion_Relecturas-36.txt
anytp's picture
Upload 34 files
96417c3
1 Los retos de la paz
y la potencialidad de la
memoria para avanzar hacia un
proyecto societal democrático
e incluyente Informe de Derechos Humanos 2013 RELECTURAS Instituto Popular de Capacitación COPYRIGHT Primera edición
Diciembre 2013 © INSTITUTO POPULAR DE CAPACITACIÓN
Calle 52 Nº49-28, piso 11 Edificio La Lonja
PBX: (574) 5698420
FAX: (574)5718020
[email protected] Presidente
Diego Herrera Duque Junta directiva
Diego Herrera Duque
María Soledad Betancur Betancur
Ómar Alonso Urán Arenas
Óscar Ignacio Arango Velásquez
Luz Dary Ruiz Botero
Jorge Diego Sierra Arroyave SERIE RELECTURAS Nº 36 Comité editorial
María Soledad Betancur Betancur
José Girón Sierra
Diego Herrera Duque Autores – investigadores
José Girón Sierra
Jairo Bedoya Carvajal
Ángela María Urrego Tovar
Mary Luz Marín Posada Observatorio de Derechos Humanos del IPC
María Soledad Betancur Betancur
José Girón Sierra
Yhobán Camilo Hernández Cifuentes Corrección de Estilo
Yhoban Camilo Hernández Cifuentes Diseño e impresión
Pregón S.A.S. Pintura Carátula
Omar Toro Publicación apoyada por
Misereor ISBN: 978-958-8484-19-8 Para esta publicación el IPC ha recibido apoyo económico de MISEREOR.
El contenido de esta publicación es responsabilidad exclusiva del IPC y en
ningún caso debe considerarse que refleja la opinión de dicha entidad. 3 Contenido Presentación ................................................................5
María Soledad Betancur Betancur Un balance entre claroscuros,
certezas e incertidumbres ...........................................11
José Girón Sierra ¿La memoria histórica para qué?
Un proyecto para el postconflicto ..............................43
José Girón Sierra Pensemos el postconflicto ...........................................53
José Girón Sierra Retos para la educación en un posible contexto
de postconflicto político en Colombia .......................87
Ángela María Urrego Tovar
Mary Luz Marín Posada Padrinos y mercaderes
de violencias en Medellín ...........................................113
Jairo Bedoya Carvajal Presentación La memoria histórica, la paz, la seguridad y algunos retos para lo que se ha venido llamando postconflicto, son
cuatro temas de actualidad que ligan de manera compleja nuestro pasado y nuestro futuro, y estructuran los
ejes de reflexión que propone esta edición de “Relecturas” del IPC. Su importancia radica en la relación que
estos cuatro campos de análisis tienen con la posibilidad
de que la sociedad y su democracia se configuren con el
referente del respeto a los derechos humanos y el derecho al territorio, o que se prolongue indefinidamente el
estatus de ser una sociedad dominada por actores que
sistemáticamente violan los derechos humanos, y toman
el territorio como un botín de guerra que les representa
jugosas rentas y ganancias económicas. Será necesario
plantearse entonces algunas preguntas para entender el
alcance de las reflexiones que se proponen. 5 ¿Dónde se gesta
la violación de derechos humanos?
¿Cuál es el desencadenante?, ¿Cómo se esclarece el origen? ¿Qué tanto pueden avanzar la paz y la seguridad
como proyectos de equidad y construcción territorial
incluyente? ¿Qué está en disputa en los territorios? ¿Qué
significa avanzar en el tránsito de la guerra y la confrontación hacia un camino en que la paz se pone como un
logro posible? Afirma Gonzalo Sánchez en la presentación del informe
de Memoria Histórica que “Colombia apenas comienza a
esclarecer las dimensiones de su propia tragedia. Aunque
sin duda la mayoría de nuestros compatriotas se sienten
habitualmente interpelados por diferentes manifestaciones del conflicto armado, pocos tienen una conciencia
clara de sus alcances, de sus impactos y de sus mecanismos de reproducción. Muchos quieren seguir viendo en
la violencia actual una simple expresión delincuencial o
de bandolerismo, y no una manifestación de problemas
y social”. Es esa guerra de más de cinco décadas, que ha
dejado millones de desplazados, desarraigados de su territorio, más de 220 mil asesinatos y ese orden político,
social y económico, el escenario donde se gestan día a día
miles de violaciones de derechos humanos. Asesinatos, desplazamientos
forzados, desapariciones
de personas, masacres, atentados a pueblos, amenazas,
todos confluyendo a una perversa manera de regular la
sociedad sobre la base del miedo, que inmoviliza e impide que la agenda compleja de todos los actores aflore
como proyecto alternativo a la exclusión y a la barbarie
con que se ha tejido el despojo de tierras y la destrucción
de comunidades enteras. En el informe nacional sobre
desplazamiento forzado para el periodo 1985 – 2012 6 7 realizado por la Unidad para la Atención y Reparación
Integral de las Victimas se afirma que “se encuentran
registradas 5’432.156 víctimas. De este total, se reportan 4’790.317 personas que sufrieron desplazamiento
forzado desde el año 1985 en adelante. Los departamentos con mayor número de personas afectadas son Antioquia (924.140 personas), Bolívar (411.610), Magdalena
(328.660), Chocó (273.420) y Nariño (239.107); en estos
cinco departamentos se concentra el 45% del total de las
víctimas de desplazamiento. Entre tanto, los centros urbanos vienen siendo capturados por mercaderes de rentas legales e ilegales, mercaderes de “protección violenta” en los que el desplazamiento
intraurbano y la desaparición de personas se imponen
como modalidades cotidianas de violación de derechos
humanos. Llama la atención que para el año 2012, el
50% de los eventos de expulsión de población se presentaron en 51 municipios. Medellín con el 2.2%, es el tercer mayor expulsor después de San Andrés de Tumaco
(7,8%) y Buenaventura (5,1%). Parte de la explicación
de este lugar relevante de Medellín a nivel nacional se
explica por la guerra ocasionada por el control de rentas
legales e ilegales. Así lo relata Héctor Abad Faciolince a
propósito de la compleja realidad que vive el centro de
Medellín en los últimos tres años: “…El centro de mi ciudad valía y vale mucho. Pero
hoy hay una mafia dispuesta a todo para comprarlo
barato. Y hay una manera muy buena de abaratar
el centro: volviéndolo mierda… Es lo que está pasando en Medellín: una mafia te ofrece el servicio
de seguridad privada (convivir), a cambio de un
chantaje. Si no pagas la vacuna, exactamente frente
a tu negocio empiezan a atracar, a vender drogas, a 7 desfilar prostitutas y proxenetas. Cuando te aburres
de que te atraquen o te apuñalen o te maten, y los
herederos quieran vender, aparece de inmediato el
comprador. Curioso, es del mismo grupo que organiza las vacunas, las salas de juego, los prostíbulos,
las tales convivir1”. Esta realidad de la disputa por la ciudad explica porque
el desplazamiento intraurbano y la extorsión se imponen. Según Fenalco unos 25.000 comerciantes del Valle
de Aburrá han denunciado ante el gremio eventos de
extorsión que afecta especialmente a pequeños comerciantes y que representan unos 50 mil millones de pesos anules, solo en este ámbito de la actividad comercial
“tenemos información de comerciantes que tienen que
pagar entre 100 y 200 mil pesos a la semana y el cálculo
proyectado de todo el Valle de Aburrá por este concepto
es de 50 mil millones de pesos cada año”. Además, el personero municipal, Rodrigo Ardila, asegura que “hemos
recibido denuncias de venteros informales que dicen
que hay criminales que les exigen pagar entre 500 mil y
2 millones de pesos para poder vender en el Centro”2. “ Al analizar la complejidad de esta realidad en la ciudad,
afirma Jairo Bedoya en el artículo que nos presenta en
esta entrega, “la protección forzada es un fenómeno nacional en varios países pero su componente paisa es su
conversión en mercado. Es un negocio, una nueva rama Abad Faciolince Héctor, 2014, 12 de julio, “Comprar el centro”, El Espectador, edición nacional, sección opinión [en línea], disponible en sitio Web:
http://www.elespectador.com/opinion/comprar-el-centro-columna-504009
Cañas Camargo Fernanda, 2013, 10 de diciembre, “Extorsión le quita al año
al comercio $50 mil millones”, El Colombiano, edición regional Antioquia,
sección Temas del Día [en línea], disponible en sitio Web: http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/E/extorsion_le_quita_al_ano_al_comercio_$50_mil_millones/extorsion_le_quita_al_ano_al_comercio_$50_
mil_millones.asp 1 2 8 9 industrial que no se circunscribe exclusivamente al tráfico de drogas”. Por ello vale la pena el balance que sobre
el proceso de paz presenta José Girón, en el cual afirma
que este tiene limitaciones y dentro de ellas “tal vez la
mayor radica en que, dado su carácter parcial, deja por
fuera otros agentes generadores de violencia. Dentro de
los cambios que introdujo el narcotráfico al conflicto,
no sólo fue convertirse en una importante fuente de recursos para todos los acores armados y darle vida al paramilitarismo sino que le introdujo cambios a las dinámicas propias de las expresiones urbanas de este mismo
conflicto”. Pero él mismo, en su artículo sobre la Memoria Histórica, nos recuerda que “el ejercicio de visibilizar
lo invisibilizado, el ejercicio de atreverse a escudriñar la
maraña compleja de la vida que se da bajo territorialidades o geografías concretas, donde reside el trabajo de
la historia (…) [esta, la memoria], es una presencia que
originada en la destrucción, se convierte en una fuerza transformadora al confrontar las conciencias, pues
la historia la hacen hombres y mujeres pero también se
deben servir de ella”. Por ello a esta reflexión aporta de
igual manera el análisis presentado por Ángela Urrego
y Mary Luz Posada en torno a los “Retos para la educación en un posible contexto de post conflicto político en
Colombia” Esperamos que estas cuatro aproximaciones a nuestra
realidad nos permitan identificar los retos para que la
violación de los derechos humanos, la ausencia de democracia, la exclusión social y el miedo no sigan siendo los
referentes determinantes para analizar nuestra realidad. María Soledad Betancur Betancur
Coordinadora del Observatorio de Derechos Humanos del IPC 9 11 Un balance
entre claroscuros,
certezas e incertidumbres José Girón Sierra
Analista de paz y conflicto del Observatorio de Derechos Humanos del IPC
Abril de 2014 Cumplidas 22 sesiones de trabajo y casi 18 meses de iniciada, la negociación que adelantan el Gobierno y las
FARC necesita un balance. La razón es apenas obvia: se
trata de dar por terminado un conflicto que ha enfrentado al Estado con la fuerza insurgente que ha tenido entre
sus propósitos centrales destruir este Estado e implantar
uno nuevo, para lo cual ha construido una fuerza armada, la más antigua, la más poderosa y la que le ha infringido los mayores daños bélicos a las fuerzas oficiales. A. ¿Por qué se llega nuevamente
a una negociación? El Gobierno colombiano y Las FARC han tenido
tres intentos importantes de negociación política
para dar por terminado el conflicto: En marzo 28 de 1984, el gobierno del Presidente
Belisario Betancur,1 por intermedio de la Comisión de Paz, firma con las FARC-EP un “acuerdo
de cese al fuego, tregua y paz”, el cual estimaba
que…..” se abriría un período de prueba o de espera de un año para que los integrantes de la agrupación, hasta ahora denominada Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC-EP), puedan
organizarse política, económica y socialmente, según su libre decisión”. Una consecuencia concreta
de estos acuerdos fue la creación de la Unión Patriótica concebida como la organización política
que llevaría a cabo “la lucha de las masas populares
por el retorno a la normalidad, a la controversia
civilizada, por una apertura democrática que garantice el libre ejercicio de la oposición…” 1 Biblioteca de la Paz. Álvaro villarraga Sarmiento. Volumen 1. Pág. 185 12 13 Hechos como el incumplimiento del Gobierno
(Betancur y Barco) en desarrollos concretos del
acuerdo de La Uribe, la irrupción del paramilitarismo en el escenario y el inicio de la masacre de
la Unión Patriótica, abortaron esta posibilidad y
profundizaron las desconfianzas entre las partes. El 7 de Agosto de 1998, el Presidente electo de
Colombia, Andrés Pastrana2 señaló en su discurso de posesión que: “el muy sabio refranero español lo dijo: Sin paz no hay pan. Por eso, ante
todo, quiero la paz, que es pan y paz. Y es la tierra prometida que anhelamos: una Colombia en
paz”. En Enero 7 de 1999, se hace pública una declaración conjunta entre el Gobierno y las FARC,
en la que se dice que “reiteran su firme voluntad
de buscar caminos de reconciliación entre los colombianos” y que en función de este propósito,
con la participación de los representantes designados por el Gobierno y por las FARC, se dará
instalación a la mesa de diálogo encargada de
preparar una agenda y convenir un cronograma,
acuerdos que conduzcan en el menor tiempo posible a concretar negociaciones formales de paz”. El 14 de enero del 2002, el Gobierno, de manera unilateral, después de un ambiente plagado
de mutuas acusaciones de incumplimientos a lo
acordado y sin llegar a precisar los componentes de la agenda que abriría la posibilidad de un
dialogo formal, da por terminado el proceso, en
un momento en el cual el Gobierno ha puesto en
marcha a plenitud el Plan Colombia y la guerrilla
ha logrado propinar sus mayores éxitos militares. 2 Biblioteca de la Paz. Álvaro Villarraga Sarmiento. Volumen V. Página 125 13 El 7 de agosto de 2010 el Presidente electo Juan
Manuel Santos señaló3: “Yo aspiro, durante mi
gobierno, a sembrar las bases de una verdadera
reconciliación entre los colombianos. De un desarme real de los espíritus, construido
sobre cimientos perdurables que no alimenten
falsas esperanzas, que no permitan más engaños
y que no conduzcan a nuevas frustraciones en
un país que, desde lo más profundo de su alma
ensangrentada, lo que más desea es la paz. A los grupos armados ilegales que invocan razones políticas y hoy hablan otra vez de diálogo
y negociación, les digo que mi gobierno estará
abierto a cualquier conversación que busque la
erradicación de la violencia, y la construcción de
una sociedad más próspera, equitativa y justa”. El 4 de octubre del 2012, la presidencia sorprende al país con el anuncio de que después de ocho
meses de acercamientos mantenidos en el más
absoluto secreto, el Gobierno y Las FARC han
acordado una agenda para establecer diálogos
formales, teniendo como único objetivo dar por
terminado este conflicto. En mayo 4 de 2011, en contravía del (ex) Presidente Uribe –quien durante 8 años sostuvo la
tesis, bastante amañada, de que en Colombia no
había conflicto armado, lo cual fundamentaba la
validez de la guerra y por lo tanto la imposibilidad
de una salida negociada, concentrando la oferta
institucional en la desmovilización y entrega de 3 Semana, agosto 7 de 2010. 14 15 armas -, el presidente Juan Manuel Santos declara que “hace rato hay conflicto armado en este
país” y ordena que en el proyecto de ley de víctimas, que pondrá a la discusión del Congreso, se
incorpore este concepto. Con esto se resuelve el
equívoco descomunal de desconocer, con todo y
sus transformaciones, la existencia de un conflicto
cuyas causas sociales y políticas se hunden en lo
más profundo de nuestra historia y se da un primer paso muy importante hacia el despeje del camino a una probable negociación, al reconocerle
un carácter político al levantamiento armado de
la insurgencia. Estos tres intentos se suceden en contextos bastante disímiles, de allí que a sus fracasos y a sus
éxitos no se les pueda establecer un juicio de valor sino al tenor de estos contextos. ¿Cuáles serían entonces las razones por las cuales se llega a esta nueva posibilidad de resolver el
conflicto a través de la negociación política? Podrían resumirse en los siguientes puntos: 1. La política de
la “Seguridad democrática”
en cabeza de Álvaro Uribe, configura la propuesta más audaz e integral jamás emprendida por el Estado colombiano para la derrota
militar de quien, hasta ese momento, se consideraba su enemigo histórico. La ofensiva
pretendía no sólo darle un salto cualitativo a
la capacidad operativa de las fuerzas armadas,
sino también desarrollar sistemáticamente
una estrategia de opinión que le infringiera
la mayor derrota política a la insurgencia, en 15 el plano nacional e internacional, e inclusive4
la desmoralización de su tropa. El presupuesto para la guerra,5 que entre 1990 y
1998 representaba el 4% del PIB, para el período de 1999 a 2003 llega al 7.4 % del PIB y entre
el 2005 y el 2006 al 9%. Para el 2013 este presupuesto, sin tener en cuenta los costos directos
e indirectos del conflicto, está estimado en 26
billones de pesos. Esta política, articulada a la
guerra global contra el “terrorismo” que contó con EEUU como un aliado clave, logra éxitos inmediatos que obligan a un repliegue de
la insurgencia hacia las fronteras, al abandono
de territorios claves y de su plan estratégico explicitado en la VII Conferencia de 1987, el cual
contemplaba la toma de la capital del país. La realidad es que después de ocho años de
una guerra que ofrecía el triunfo sobre la insurgencia y el narcotráfico, al final del segundo mandato de Uribe presenta importantes
síntomas de agotamiento y la imposibilidad
de mantener la carrera sostenida de éxitos
que permitiera llegar al triunfo prometido. La guerrilla logra recomponerse e inclusive
retoma en algún grado la iniciativa, pero los Al respecto, el General Freddy Padilla: “Cualquiera de estas organizaciones
criminales perdió su guerra política y está siendo despreciada por el pueblo
colombiano, insistió el Alto Oficial. “En el año 1998 las Fuerzas Armadas nos
sentíamos impotentes frente a las FARC, para el año 2002 la guerrilla tenía
26 mil hombres sin sumar su milicia; este año no llegan a ocho mil. Además
que han perdido comando y control”.
Colombia Internacional 67, Ener0-Junio 2008. S. Álvarez y A. Rettberg.
Cuantificación de los efectos económicos del conflicto. Página 21. 4 5 16 17 2. golpes políticos y militares dejan un legado
bastante amargo a la nueva generación de
comandantes que los obliga a hacer replanteamientos de fondo. Así, la conclusión parecía obvia, la derrota de la insurgencia no
estaba a la vuelta de la esquina y la toma del
poder para el proyecto revolucionario, tampoco. De esta manera el conflicto maduraba
y la negociación política se abría camino en
medio de las más profundas desconfianzas. La llegada a la presidencia de Juan Manuel
Santos, cuadro importante de un sector de
la elite modernizante con intereses diferenciados del sector patriarcal y agrario que representaba el Presidente Uribe, y, como ex
Ministro de Defensa, conocedor como de las
virtudes y limitaciones de la política de Seguridad Democrática, se plantea un plan de
desarrollo que aspira a inscribir la economía
del país en las oportunidades de acumulación visualizadas por el capital global, en la
tierra, tanto en sus posibilidades del suelo
como del subsuelo. Resulta coherente, por lo
tanto, que fueran los temas del campo y la
paz los que ocuparan el centro de su discurso
de posesión. La propuesta de las locomotoras
del desarrollo, dentro de las cuales se destaca
la minero-energética y la agrícola, explican
qué es propiamente lo que se está jugando.
Volver la mirada al campo es el reto y, por
ello, resolver el conflicto es una necesidad urgente, pues el capital global tendrá una primera demanda: Seguridad. 17 3. Los costos de la guerra constituyen otro
factor determinante. Estimados
en un
monto anual de 23 billones de pesos, esto
es, el 14% del presupuesto anual, en un
país que carga con los indicadores más altos de inequidad y en un escenario de crisis
del capitalismo que no se resuelve. Esto la
hace insostenible. El aliado más importante, Estado Unidos6,
sumido en una crisis económica sólo comparable a la de los años treinta, la emergencia
de nuevos centros que desplazaran a Colombia en la comercialización y distribución de
narcóticos, como México y Centroamérica y,
finalmente, los precarios resultados de la política antidrogas7, obligan a replantear el flujo de recursos hacia Colombia y obligan, si
no reducir, por lo menos a congelarlos. Con
ello, se da el retiro progresivo del apoyo económico más importante. Ante el hecho de no
haber logrado los resultados esperados, esta
circunstancia de orden económico jugó un
papel decisivo que condujo a contemplar un
escenario distinto a la guerra. Se prevé a partir del 2013 un recorte de 67 millones de dólares por parte de
la administración Obama. Esto significa que el Plan Colombia podría tener
una reducción del 15%. El aporte para el 2012 fue de 440 millones de dólares. La Pluma.net. 26 de Junio de 2012.
Arturo Sarukhan embajador de EEUU en México, señaló al respecto: «Si
miras el impacto del Plan Colombia en el tonelaje total de drogas que vienen
al mercado de consumidores internacionales o el total de hectáreas con cultivos de coca en Colombia, creo que sin riesgo de enfadar a nuestros amigos
colombianos podemos decir que el Plan Colombia no ha tenido impacto en
la mitigación de la producción o tráfico». El Universal 17 de mayo 2011. 6 7 18 19 B. ¿Qué cosas han cambiado
en este proceso que lo hacen creíble? - Un primer elemento, que merece destacarse, es
el de los contextos indicados con anterioridad.
Hasta ese momento era válida la hipótesis de que
“más que de un asunto de voluntades políticas, más que de apuestas altruistas por la paz,
los procesos de negociación (..) Se mostraron
como ventanas de oportunidad abiertas que
cada actor buscaba aprovechar de acuerdo con
su historia y sus intereses particulares; la función que dichos procesos cumplieron en medio
de los conflictos estuvo muchas veces puesta en
términos de ajustes o modificaciones de las relaciones de poder. Y no en función de un interés
por la finalización de las disputas” 8. Dicho de
otra manera, el conflicto en su desenvolvimiento
no había removido, del campo de los actores armados enfrentados, la idea de la posibilidad del
triunfo a través de la contienda armada. Por lo
tanto, en términos de la teoría de conflictos: éste
no estaba maduro. Esto explica buena parte de las
razones que condujeron a sus respectivos fracasos, pues las desconfianzas se profundizaron ante
permanentes y recíprocas prácticas tramposas. El fracaso de la Seguridad Democrática en los términos antes indicados; la crisis del capitalismo,
aun hoy no superada y que minó en grado importante las pretensiones belicistas de los EEUU
y con ello la posibilidad de nuevos recursos para 8 Lecciones para la Paz Negociada. Retrospectiva histórica en Colombia. Fernando Sarmiento Santander. CINEP. Página 128 19 llevar a niveles superiores la guerra antiterrorista
en Colombia; los cambios en la sociedad introducidos por el proceso que condujo a la Constitución de 1991; la irrupción de un actor social
como el de las víctimas y los importantes golpes
militares propinados a la insurgencia, que le obligaron modificar su estrategia armada e inclusive
los alcances de su proyecto político; acunaron,
por así decirlo, los componentes más destacados
que precipitaron se disponga de elementos que
conduzcan a pensar que podríamos encontrarnos en una situación de maduración del conflicto. Este es por lo tanto un primer elemento de
cambio, sugerente de una voluntad de terminar
el conflicto y no del interés sólo de modificar o de
ajustar las relaciones de poder para obtener ventajas en la confrontación armada. -Un segundo elemento lo constituye el haber logrado, sin los afanes publicitarios que abortaron
anteriores opciones, una agenda de temas que definía una hoja de ruta concreta para las discusiones. El “Acuerdo General Para la Terminación del
Conflicto y la Construcción de una Paz Estable
y Duradera” convenido en la etapa exploratoria,
que duró cerca de 8 meses, se convierte en un hecho inédito en la historia colombiana y, quizás,
en el primer paso concreto que confirma la hipótesis expuesta en el numeral anterior. Los seis
puntos acordados como temas constitutivos de la
agenda, pero de manera específica, la política de
desarrollo agrario integral, la participación política, la solución al problema de las drogas ilícitas
y la restitución a las víctimas, ubican de manera 20 21 actualizada aspectos estructurales y estructurantes del conflicto. -El reconocimiento en su preámbulo de que “la
construcción de la paz es un asunto de la sociedad
en su conjunto y, como lo indica en el numeral
sexto, se contará con un proceso de implementación, verificación y refrendación, en la cual, una
vez todo esté acordado, se desencadena un proceso de participación en donde la sociedad y las
regiones en particular jugarán un papel clave. No se trata entonces tan sólo de un pacto entre
guerreros, se trata, a diferencia de procesos anteriores, de que la sociedad esté comprometida
de manera directa y no como un convidado de
piedra. Contrario a lo ocurrido en el Caguán, el
acuerdo en su preámbulo señala que “la construcción de la paz es un asunto de la sociedad en
su conjunto que requiere de la participación de
todos, sin distinción, incluidas otras organizaciones guerrilleras a las que invitamos a unirse a este
propósito”. Como desarrollo concreto de esto, se
acuerda el desarrollo de foros temáticos, previos
al tratamiento de cada uno de los temas en la segunda fase, coordinados por entidades neutrales
que al final recaen en la Universidad Nacional y
la ONU. Este fue un paso concreto en la incorporación de este tercer actor, al cual se sumó la
iniciativa de la Comisión de Paz del Congreso, el
cual llevó a cabo mesas temáticas en zonas en las
cuales se dividió el territorio nacional. -Un cuarto elemento lo constituye la participación de la comunidad internacional. Bien se sabe, 21 bajo determinadas coyunturas, el papel decisivo
que ha jugado en la resolución de conflictos armados sobre todo en guerras de larga duración.
En el caso colombiano, siempre ha estado presente pero es relevante la manera como se ha dado
en esta oportunidad. Como nunca antes se había
registrado un volcamiento de apoyos, organismos multilaterales de orden regional, como Mercosur y la Alianza del Pacífico y cada gobierno en
particular, han expresado no sólo su apoyo sino
ofrecimientos concretos en la ruta de facilitar los
acuerdos. La Unión Europea ha estado de manera
unánime comprometida en todo el proceso. Merece destacar el papel cumplido desde la etapa exploratoria de Noruega y Cuba, constituidos posteriormente con Venezuela y Chile como países
garantes y acompañantes respectivamente. No deja de tener relevancia el papel de los EEUU que
ha sido un actor directo e interno al conflicto, en el
desenvolvimiento del mismo, pues esto se remonta
a una historia larga de identidades de Colombia con
políticas diseñadas desde el norte como la teoría de
la seguridad nacional o de la eliminación del enemigo interno y los desarrollos posteriores en la lucha
antiterrorista, emprendida por la administración
Bush. En consonancia con los cambios en la geopolítica mundial donde ya la supremacía americana
se ha desdibujado, lo ha sido también la llamada
doctrina Monroe, como bien lo reconociera recientemente el secretario de estado, John Kerry, -en un
espacio como la OEA, donde habló de un marco de
relaciones “entre iguales”-. Estos hechos globales, la
misma crisis del capitalismo antes indicada, los pre- 22 23 carios resultados en la política antidrogas y la subsecuente apertura global a un replanteamiento de la
misma, han permitido que la administración Obama esté interesada, sin reticencias, en la solución
definitiva de este conflicto. Este hecho pesa mucho
en una élite, como la colombiana, que ha sido tan
proclive a caminar y servirse, sin escrúpulos, de las
migajas del norte. Estos cuatro elementos se constituyen en componentes claves para aseverar que se está frente a
un proceso serio y, sobre todo, un proceso que ha
sido pensado en clave de sostenibilidad. C. ¿En que momento nos encontramos? Contrario a las aspiraciones que se desatan en
procesos de negociación que pretenden resolver
conflictos de larga duración, por razones prácticas, no es posible que éstas contemplen todas las
deudas sociales y políticas acumuladas. Pero sí es
indispensable que se incida, con acciones concretas, en por lo menos cuatro campos sustanciales:
en la remoción o transformación de algunas de
las causas objetivas y subjetivas que originaron
la confrontación; en la identificación de acciones que le impriman sostenibilidad y eviten el
retorno a situaciones de confrontación iguales o
peores; remoción de las circunstancias relevantes que deja la guerra en términos de la fractura
social, la incredulidad y la desconfianza hacia la
posibilidad de un escenario distinto a la guerra; y
finalmente en acciones que desbrocen el caminos
a la legalidad, enormemente comprometida en la
confrontación. 23 Después de 22 ciclos de conversaciones y del desarrollo de tres foros sociales sobre los temas de la
agenda: desarrollo agrario, participación política
y narcotráfico, una mirada al camino recorrido
permite inferir que en un contexto marcado por
dudas de todo orden y amagos de crisis, los resultados no dejan de ser alentadores. Veamos: 1. Con el acuerdo sobre el primer punto de la
agenda, ocurrido el 27 de mayo de 20013, denominado “Hacia un nuevo campo colombiano: reforma rural integral”, la negociación
entre el Gobierno y la insurgencia, por primera vez en sus más de 50 años de confrontación, llega a un acuerdo sobre tal vez una
de las causas estructurales de mayor calado. El despojo violento en el campo y la resistencia
del latifundismo a cualquier posibilidad de reforma en la tenencia de la tierra, han marcado
el desenvolvimiento de las motivaciones mayores para la toma de las armas. De acciones
de autodefensa campesina, para protegerse de
las huestes oficiales, se pasó, ante la indolencia
del Estado, afín a los intereses del latifundio, a
plantearse la posibilidad de la toma revolucionaria del poder por la vía de las armas. Si bien, lo publicitado en el comunicado que
dio cuenta de este primer acuerdo, podría calificarse de general: “lo que hemos convenido
en este acuerdo será el inicio de trasformaciones radicales de la realidad rural y agraria de Colombia con equidad y democracia.
Está centrado en la gente, el pequeño pro- 24 25 ductor, el acceso y distribución de tierras, la
lucha contra la pobreza, el estímulo a la producción agropecuaria y la reactivación de la
economía del campo”. Y además: “el acuerdo
busca que se reviertan los efectos del conflicto y que se restituyan las víctimas del despojo
y del desplazamiento forzado”. -Incluye la formación y actualización de la
información rural para la actualización del
respectivo catastro, buscando seguridad jurídica y mejor y más eficiente información. -Pensando en las futuras generaciones de
colombianos, el acuerdo delimita la frontera agrícola, protegiendo las áreas de especial interés ambiental. Ésto marcó un giro radical puesto que, para
la insurgencia, tiene la implicación de admitir que es en el campo de la institucionalidad, y por lo tanto de la legalidad, es donde
se daría la materialización de esta conquista
de tanta relevancia en la génesis de su levantamiento armado. El jefe de la delegación del
gobierno señaló al respecto de este primer
acuerdo: “Contiene una verdadera transformación de la vida y la economía del campo.
Hay allí una visión integral de transformación del campo, capaz de crear un entorno
de bienestar en el sector rural. El corazón
del acuerdo es la reafirmación de la dignidad de la familia campesina. Un cambio
profundo, un renacimiento del campo colombiano”. (El Espectador, noviembre 19) 25 2. 3. Pudiera afirmarse entonces que este es una
primera ruptura importante con la desesperanza, la desconfianza y la incredulidad, pues
el proceso entra así en el terreno de las certezas y no de cualquier manera, pues se está
tocando ni más ni menos que el corazón del
origen del conflicto. Para el 6 de noviembre del 2013, se anuncia el acuerdo sobre el segundo punto de la
agenda, esto es, sobre la participación política pero esencialmente dirigido a definir los
derechos y garantías para el ejercicio de la
oposición política y los mecanismos democráticos de participación política. En investigación adelantada por el CINEP, se
establece que en los últimos veinte años se
han perpetrado 53.000 asesinatos políticos,
siendo paradigmático el asesinato de cerca de
5.000 militantes de la Unión Patriótica, dentro de los cuales se cuentan dos candidatos
presidenciales, ocho congresistas y cientos de
alcaldes. La gran mayoría de estos asesinatos ocurrieron bajo procesos de negociación
con el Gobierno. Merece señalarse también
al respecto, cuando se adelantaba un proceso
de tregua, el asesinato de dos dirigentes del
EPL: Ricardo Lara Parada y Oscar William
Calvo. De la institucionalidad, líderes políticos como Luis Carlos Galán y Álvaro Gómez
Hurtado, fueron víctimas también de la intolerancia, y cada vez más la justicia identifica
a agentes del Estado como coautores o ideólogos de estos crímenes. 26 27 Un panorama como el anotado, sin nada que
se le parezca, por lo menos en la época moderna en el mundo, está indicando el problema de fondo que subyace en la cultura política; en la democracia calificada, no se sabe a
partir de que criterios, como la más antigua
del continente; y en los imaginarios y valores
que se han instalado en una sociedad que no
conoce sino el lenguaje de la eliminación del
contrario. Por ello el segundo punto de la agenda no
tiene otro sentido que el de incidir en dicho
problema de fondo y por lo tanto en uno de
los componentes centrales comprometidos
en la sostenibilidad y, por consiguiente, en la
construcción de la paz. No se trata sólo de
rodear de garantías a la oposición, componente sustancial de una real democracia, se
trata también, de que se remuevan los obstáculos a la participación ciudadana y de que
ésta juegue un papel central en el proceso de
construcción de la paz. Se trata además de
allanar el camino para dar pasos concretos
hacia la compleja tarea de las transformaciones culturales que remuevan, en los imaginarios sociales, el autoritarismo, el desprecio
por lo común y lo diferente, la pulsión por
caer fácilmente en la ilegalidad y, finalmente,
la precaria valoración de la vida. De la declaración conjunta sobre los acuerdos, que en este caso fueron más concretos
y precisos, se destacan los siguientes puntos
con respecto a lo expresado antes: 27 -Lo que hemos convenido, en su desarrollo, profundiza
y robustece nuestra democracia, ampliando los derechos
y garantías para el ejercicio de la oposición, al igual que
espacios de participación política y ciudadana. Promueve el pluralismo y la inclusión política, la participación y la transparencia en los procesos electorales y
el robustecimiento de una cultura política democrática. -El ejercicio de la oposición política es fundamental
para la construcción de una democracia amplia. Ello
cobra mayor relevancia luego de la firma de un Acuerdo Final, que abrirá espacios para que surjan nuevos
movimientos políticos que requerirán garantías para el
ejercicio de la política. -Se establece que, se convocará en un evento nacional
a los voceros de partidos y movimientos políticos para
integrar una Comisión que defina los lineamientos del
estatuto de garantías para los partidos que se declaren
en oposición. La línea de tiempo se convendrá en el sexto punto de la Agenda. -Se impulsará igualmente una legislación de garantías y
promoción de la participación ciudadana democrática
y de otras actividades que puedan realizar las organizaciones sociales, con base en los lineamientos establecidos en este acuerdo y escuchando las propuestas de los
voceros de los movimientos sociales en otro evento de
carácter nacional. Al respecto, en el texto se dice que las
organizaciones y movimientos sociales, incluyendo los
que surjan de la firma del presente Acuerdo, están llamados a ejercer los derechos y cumplir con los deberes
de participación ciudadana. Se busca empoderar a los
ciudadanos a través de la participación. 28 29 --Así mismo, se acordó establecer medidas para garantizar y promover una cultura de reconciliación, convivencia, tolerancia y no estigmatización lo que implica
un lenguaje y comportamiento de respeto por las ideas,
tanto de los opositores políticos como de las organizaciones sociales y de derechos humanos. -Se acordó la creación de Circunscripciones Transitorias Especiales de Paz para promover la integración territorial y la inclusión política de zonas especialmente
afectadas por el conflicto y el abandono, de manera
que durante un periodo de transición estas poblaciones tengan una representación especial de sus intereses en la Cámara de Representantes, sin perjuicio de
su participación en
las elecciones ordinarias. Estas
circunscripciones transitorias serian adicionales a las
circunscripciones
ordinarias
existentes. Contarían
con las garantías de acompañamiento para asegurar
la transparencia del proceso electoral y la libertad del
voto de los electores. Esta se pondrá en marcha en el
marco del fin del conflicto, en democracia y luego de la
firma del Acuerdo Final. Se acordó un sistema integral de seguridad para el
ejercicio de la política. Dicho sistema se concibe en un
marco de garantías de derechos, deberes y libertades, y
busca asegurar la protección de quienes ejercen la política sobre la base el respeto por la vida y la libertad de
pensamiento y de opinión, para así fortalecer y profundizar la democracia y contribuir a crear un clima de
convivencia y tolerancia, y de manera especial del nuevo
movimiento que surja de las FARC – EP a la actividad
política legal. 29 Un análisis de lo conocido hasta ahora, de los
acuerdos sobre los dos primeros puntos de la agenda pactada el año anterior, conduce a la conclusión
de que lo que está entre manos es el desarrollo del
Estado social y democrático de derecho y de que
todo es posible dentro del marco de la Constitución actual. Esto es particularmente importante en
cuanto al debate, aun en desarrollo, sobre cuál sería el camino para refrendar lo acodado en caso de
llegar a un acuerdo final. Sería de esta manera, un
nuevo proceso de negociación que le imprimiría el
empujón necesario para hacerla realidad y salvarla
de la intencionalidad muy clara de la élite gobernante, de despojarla de su esencia, de cortarle las
alas como acuerdo garantista. D. ¿Cuáles son los problemas
por resolver y cuáles las amenazas? - Se quiere la paz pero se desconfía en el proceso.
Se quiere la paz pero sin concesiones
y sin ningún costo Ha sido reiterativa en las encuestas de opinión
que se han venido realizando en los últimos cinco
años, por distintas entidades, que hay una opinión mayoritaria que quiere la paz pero desconfía
de los resultados que puedan salir de una negociación. La última de ellas llevada a cabo por el
observatorio de la Democracia de la Universidad
de los Andes9: “¿Qué piensan los colombianos del 9 “Observatorio de la Democracia. Universidad de los Andes. Facultad de
Ciencias Sociales: ¿Qué piensan los colombianos del proceso de paz? Desde
el Barómetro de las Américas. 30 31 proceso de paz? Una mirada desde el barómetro de Las Américas”, es importante pues no sólo
indaga sobre una muestra nacional sino que lo
hace con las mismas preguntas en territorios en
los cuales el conflicto es de alta intensidad. Se destaca en esta encuestan que, en un 59.1% en
el país y en un 53.7% en las zonas de conflicto,
se apoye el actual proceso de negociación pero
que, en un 71.9 % a nivel nacional y en un 68.3
%, estén en desacuerdo con que los potenciales
desmovilizados no deban ser castigados y que, de
otro lado, se rechace a nivel nacional en un 70.6%
y en las zonas de conflicto en un 65%, que se den
prerrogativas a la participación política de las
FARC. La última encuesta (Polimetrica) llevada
a cabo el 31 de marzo del 2014 indica que el 61%
de los colombianos(as) cree que el proceso de paz
no llegará a un final positivo y el 34% considera
que la mejor opción es la derrota militar. Esto plantea varias posibilidades de lectura: En
primer lugar sugiere que la estrategia de opinión,
hábilmente manipulada, adelantada de manera
sistemática por los tres últimos gobiernos, tras
cada acto de guerra y de barbarie de las FARC
(secuestro, toma de pueblos, asesinatos de asambleístas del Valle, daños a la infraestructura eléctrica) ha sido exitosa y lo suficientemente profunda como para pensar que pueda ser removida
con facilidad. Se habla de hábilmente manipulada porque hechos, igualmente reprochables, realizados por agentes del Estado y paramilitares en
su momento, no tuvieron un tratamiento similar,
allí la omisión cuando no el ocultamiento, fue- 31 ron la regla. La ley del fuero penal militar que por
vicios de forma, más no de contenido, fue considerada inexequible por la Corte Constitucional,
impulsada por el actual gobierno y altamente
cuestionada por organismos internacionales de
DDHH, pues esa si era una ley de impunidad y
de autorización para matar, es un ejemplo concreto de ello. En segundo lugar, se podría indicar que se esté
haciendo coro a la postura, muy dominante en
los gobiernos, que ahora ha tomado cuerpo en
la sociedad, la cual concibe los procesos de negociación más como procesos de desmovilización y
desarme que como procesos políticos, en los que
habría que contemplar cambios de orden estructural. En tercer lugar, negociar en medio del conflicto
es sin duda el peor escenario para superar decenas de años ricos en motivos de desconfianzas y
de daños que han dejado profundas huellas. Los
hechos de guerra anulan cualquier intento que
pretenda dar mensajes de que se avanza y de que
hay una real voluntad de llegar a los acuerdos necesarios. Estos hechos operan como poderosos
reforzadores de la desesperanza y de la desconfianza, que además, encuentra en la sociedad actores sociales y políticos que como enemigos del
proceso los utilizarán de manera hábil. En cuarto lugar. La estrategia comunicativa de las
partes negociadoras ha tenido la limitante de que
lo publicitado como acuerdos es bastante general
por la razón justificable de que aún es pertinente 32 33 un alto grado de reserva. Pero esto contrasta con
la alta publicidad dada a la confrontación epistolar de Gobierno e insurgencia. La imagen producida es que los desacuerdos no son menores y que
se asiste a una guerra mediática que opera como
una continuidad de la guerra que se desenvuelve
en los campos. Finalmente, podría
tratarse de una expresión
concreta del espíritu vengativo y de odio que desde gobiernos, partidos y medios se ha sembrado
en la sociedad. No ha sido posible un acercamiento al conflicto que aún nos desangra desde sus
grises. Con un alto grado de cinismo se pretenden relativizar las causas objetivas y subjetivas y
no ha faltado quien las niegue, imponiéndose un
discurso polarizador que clama por la venganza.
Una expresión de ello, se concreta en la postura
de la elite pero de manera especial en quienes por
mecanismos no muy limpios han ejercido el poder, de exonerarse de toda responsabilidad y de
promover el discurso que se mueve en la polaridad de buenos y malos. Asumen, pues, un papel
de víctimas, en nada creíble pero que logra alimentar y cimentar dicha polarización. Bien se trate de una de estas lecturas o de todas,
la realidad es que en un escenario de negociación
como en el que se está y con la posibilidad de una
etapa de postconflicto, Gobierno e insurgencia
tienen entre manos un problema que debe ser
tratado con prioridad. Si en este proceso no se
cree y la sociedad no se dispone a la reconciliación, pues no se está en la condición de vencedores y vencidos, su suerte para este proceso no será 33 la mejor. Las posibilidades de una justicia para el
período de transición siguiente a la actual etapa,
que en el fondo es una decisión de orden político,
se encontraría con un problema de legitimidad
muy grande. De alguna manera la urgencia es mayor para las
FARC, pues un proceso de negociación en sí mismo no va a resolver la derrota política ya infringida, menos la importante masa de rechazo y de
odio ganada por sus actos e incrementada sagazmente por sus adversarios. La balanza en la guerra y en la política está del lado del gobierno, de
allí que la iniciativa está en el campo de las FARC
para ahora y para el futuro. Al respecto y mirado desde la sociedad esta situación, es significativo que esta posibilidad de
resolver un factor de violencia tan importante,
encuentre al llamado movimiento social por la
paz en un nivel de debilidad y fragmentación que
lo convierten en un actor marginal. La realidad
social antes descrita agregada a la pasividad que
asumen sectores importantes de la sociedad, en
un escenario en donde la oposición al proceso
asume el carácter de una verdadera avalancha,
hace pensar que las condiciones no sean las mejores para revertir el estado de cosas. También merece tener en consideración el papel
del sector económico en la etapa de negociación
pero sobre todo, en la lo que podría ser la etapa
de postconflicto. Las negociaciones fallidas lo han
sido en parte porque presidentes que tomaron la
iniciativa muy rápidamente se encontraron solos 34 35 y en esta soledad el sector productivo jugó un papel determinante. Como parte destacada del bloque en el poder, este sector ha tenido como una
de sus características la afinidad ideo política con
el autoritarismo, con proyectos políticos alineados con la praxis de una democracia restringida
y con propuestas violentas para dirimir los conflictos. Al respecto merece tener en consideración
la encuesta llevada a cabo recientemente por la
Revista Dinero10 entre los empresarios, en la cual
se revela que sólo 4 empresarios de 10 estarían
dispuestos a pagar más impuestos para financiar
la paz en la eventualidad de un acuerdo en La Habana. Esto contrasta con el impuesto de guerra
propuesto en la administración Uribe en dónde
nadie protestó y casi de manera unánime los gremios económicos explicitaron su apoyo. La evidencia de que la paz es un gran negocio para los
empresarios en particular y para la sociedad en
general, es un aserto bastante extraño para esta
porción de la elite en donde marca un punto bastante alto agremiaciones como FADEGAN. - Las avanzadas de una oposición al proceso que
se mueven en la legalidad y la ilegalidad en la
ultraderecha y por qué no en la extrema izquierda. Con Belisario Betancur se inició una nueva etapa
de salidas negociadas y es desde acá desde donde
se acuñó la idea de las causas objetivas y subjetivas del conflicto armado pero también, la existencia de los llamados “enemigos ocultos” que en
honor a la verdad no lo han sido tanto. 10 Revista DINERO. Octubre 17 de 2013. 35 La realidad es que la prolongación del conflicto,
que de viejo se llegó a afirmar su inexistencia, se
debe a que en la composición de la élite gobernante ha dominado un sector de ultraderecha
que de manera muy temprana tomó partido por
la tesis de la seguridad nacional y encontró en el
discurso autoritario y el uso de la fuerza, los pilares para la defensa de sus intereses y la construcción de su modelo de sociedad. De la democracia
era claro que les eran útiles sus elementos formales pero que ésta tomara asiento en la sociedad
para el desarrollo de las libertades y derechos, se
convertía en una real amenaza. Sectores como el
agrario, la iglesia y un componente del Estado
como las fuerzas armadas, formadas en EEUU
en esta versión de la seguridad de la cual no se
desprenden, siempre han estado como actores
claves. Los intentos reformistas de López Pumarejo, Lleras Restrepo y César Gaviria, entre otros,
en el modelo económico y político, y los fallidos
intentos por resolver el conflicto armado desde la
perspectiva de remover sus causas, no han sido
más que escaramuzas que siempre han contado
con una férrea oposición en la cual acudir a lo
legal y lo ilegal ha estado en el orden del día, en
cada coyuntura con sus particulares expresiones. Estas particulares expresiones tiene en la actualidad sus exponentes que bien pudiéramos calificar de avanzadas: El Centro Democrático, es en la actualidad la
avanzada legal y política que tiene como núcleo
de su programa impedir que se concrete una negociación entre el Gobierno y la insurgencia, que 36 37 reivindica la seguridad y la guerra, como la única
opción de conseguir la paz. Los tímidos y a veces
vacilantes intentos del actual Presidente Santos
por actualizar una política que como la “Seguridad Democrática” no daba más y que implicaba
caminar por la senda de reformas políticas, sociales y económicas, prendió las alarmas en su
ideólogo el ex presidente Uribe. Se crea entonces
una fuerza populista de ultraderecha que llama a
“recuperar el rumbo” en la cual confluyen el latifundismo y todos aquellos sectores afines a poderes locales, cuyos nexos con el paramilitarismo y
el empresarismo mafioso, tiene en la actualidad a
buena parte de sus cuadros más importantes encarcelados o en proceso de judicialización. Esta
fuerza política que condensa su poder en los altos
niveles de favorabilidad de su caudillo, representa en algún grado a esa amplia masa de opinión
adversa al actual proceso que se ha registrado con
anterioridad. Los medios y las tecnologías modernas de comunicación, tan decisivas en la época en que vivimos, cuyo papel no es otro que el estar reforzando los elementos ideológicos y políticos de esta
fuerza política, actúan como otra de las avanzadas. La manipulación de los hechos es cotidiana,
de manera descontextualizada son utilizados en
esta tarea de reforzamiento en un plan, bastante
eficaz, de desinformación y de manera sistemática se convierten en caja de resonancia de sus pronunciamientos y planteamientos. Pero a estas avanzadas legales, se le suman las entronizadas en el Estado. El Ministerio de Defensa 37 y la Procuraduría, son puntales al interior de Estado en la labor de oposición y no es difícil identificar las identidades ideológicas y políticas que
comparten al respecto con el ex presidente Uribe
y su movimiento político. Estos que son los enemigos públicos y legales, que
por serlo, por lo menos admiten una confrontación civilista, aunque claramente desigual, no son
los únicos. Sabemos que también están los ocultos, tan oportunamente identificados por Belisario Betancur. Siempre lo han estado dentro de la
institucionalidad y no es descartable que lo estén
de igual forma al interior de la insurgencia misma,
sobre todo en sectores vinculados con el narcotráfico, cuyo perfil es más cercano con la delincuencia
común. Todo ello indica que en los bandos no hay
homogeneidad y que allí se cuecen contradicciones
importantes. Estos últimos, los ocultos, constituyen la avanzada que expresa la forma más bizarra
de todas ellas, la que puede ocasionar mayor daño
y la que, por su carácter oculto, sería más difícil de
confrontar. Los miles de asesinatos, sobre los que
se hacía mención, pero de manera paradigmática
la masacre de la Unión Patriótica y magnicidios
como el de Álvaro Gómez Hurtado son ejemplarizantes al respecto. Esta amalgama de fuerzas legales e ilegales, con
niveles de articulación implícitos, tan ligadas a
nuestra historia política, son una amenaza real y
se constituyen en un riesgo que deberá considerarse de manera permanente, no sólo por quienes
apoyamos este proceso sino especialmente por
quienes negocian, pues no se está exento de actos 38 39 violentos que, por su alto impacto y extravagancia, busquen devolver el proceso a un lugar sin retorno. Allí estaría el gran medidor de qué tanto se
camina sobre terreno sólido, de qué tanto se está
preparado para sortear los intentos de saboteo a
los logros hasta ahora alcanzados. - El conflicto urbano, la seguridad
y la protección violenta Ya se ha indicado que con todo lo importante que
es, el actual proceso de negociación con la insurgencia tiene limitaciones, tal vez la mayor radica
en que, dado su carácter parcial, deja por fuera
otros agentes generadores de violencia. Dentro de
los cambios que introdujo el narcotráfico al conflicto, no sólo fue convertirse en una importante
fuente de recursos para todos los actores armados11 y darle vida al paramilitarismo sino que le
introdujo cambios a las dinámicas propias de las
expresiones urbanas de este mismo conflicto. La
vigencia hoy del narcotráfico, que ha resistido a la
guerra declarada desde el norte, y un paramilitarismo que ha mutado con articulaciones cada vez
más finas con el mismo narcotráfico, a la manera
de complejas redes, han encontrado en la oferta
de seguridad violenta el eslabón clave de la cadena. Estas articulaciones en red que operan en
todas las escalas territoriales, a manera de empresas, son los mayores responsables de la violencia 11 Informes del Departamento de Estado de Estados Unidos y agencias antinarcóticos como la DEA calculan que las FARC obtienen entre 500 y 800
millones de dólares anuales por narcotráfico y que esta actividad representa
entre el 50 y el 70 por ciento de sus ingresos, a los que se suman miles de
millones de pesos por la extorsión y la denominada minería ilegal. 39 urbana y rural, como también de las mayores tasas de violaciones a los derechos humanos utilizando la extorsión en todas sus manifestaciones. Salvo lo concerniente al punto cuarto de la agenda pactada en La Habana, referente a la solución
del problema de las drogas ilícitas, este proceso
de negociación no tocaría de manera directa la
situación anteriormente indicada. Lo anterior, leído dentro del marco del actual
plan de desarrollo - que ha colocado a la minería
como uno de los sectores claves para acumulación capitalista, sector directamente implicado
territorialmente con
la presencia de todos
los
actores armados, sugiere que podríamos encontrarnos en muy corto plazo en un nuevo ciclo de
violencia, de hecho ya ocurre. Las razones son
apenas obvias: Una de las falencias estructurales
del Estado colombiano consistente en no contar
con el monopolio de la fuerza. Esta situación es
de gravedad extrema en las escalas municipales
en el campo y, por esta misma razón, crea dificultades para la gobernabilidad, al darle cabida a todas las expresiones de la ilegalidad, colocando estos territorios en un nivel de vulnerabilidad muy
alto. Puestos los ojos del capital nacional y global
una vez más en la tierra, pero sobre todo en su
subsuelo, en unos territorios donde no impera la
ley, se estaría ante la alta posibilidad de un nuevo
ciclo de violencia y con éste, una nueva etapa de
desposesión violenta de la tierra. Contrario entonces a lo que a diario se publicita, por cuadros calificados de la élite gobernante, 40 41 el conflicto armado, en sentido estricto, no es el
problema, éste es más bien una consecuencia y no
una causa. Las preguntas de fondo tendrían que
dirigirse entonces hacia el Estado y la democracia
que tenemos. La negociación de La Habana, de ser exitosa, tiene la
virtud de sacar del conflicto a uno de sus actores más
relevantes. Pero también podría ser la gran oportunidad para crear las condiciones que permitan desbrozar
el camino para la construcción de la paz, lo cual estaría
determinado por la concreción y profundización, por
parte del Estado y la sociedad, de los elementos políticos, económicos y sociales, hoy objeto de negociación,
que eventualmente podrían ponerse a la consideración
de los colombianos para su refrendación. Pero como se
ha indicado, no se puede ocultar que los factores que
podrían abortar este proceso, tanto en su etapa de negociación como de postconflicto, son muy importantes. El
riesgo es muy alto. Lo que está en juego no es cualquier cosa: la paz, tan preciada y valiosa como la mejor porcelana pero tan frágil
como ella. 41 43 ¿La memoria histórica
para qué? Un proyecto para el postconflicto José Girón Sierra
Agosto de 2013 El Grupo de Memoria Histórica (GMH) dio a conocer
en 2013 su informe general: ¡Basta Ya! Colombia: Memorias de Guerra y Dignidad, en un momento en el cual se
avanza en un proceso de negociación entre el Gobierno
Nacional y la organización insurgente FARC. Esta feliz
coincidencia y la posibilidad de que la sociedad colombiana se vea abocada a un proceso de postconflicto importante, impone la necesidad de dar los pasos anticipados que sean necesarios para imaginar el quehacer, en
la perspectiva de imprimirle la tan indispensable sostenibilidad ha dicho proceso. La política, la economía y la
cultura serán campos profundamente comprometidos
con políticas públicas concretas que, dentro del marco
de la civilidad y la legalidad, permitan, en este caso, desbrozar el camino de la construcción y de la vigencia del
estado de derecho y, con ello, el desarrollo de la democracia. Cuando el informe aludido nos habla de que, hasta ahora, dicho conflicto ha provocado la muerte de por lo menos 220.000 personas, 25.000 desaparecidos, 4.744.046
personas desplazadas y que, según fuentes oficiales, existen más de 8,3 millones de hectáreas (358.937 predios)
despojadas o abandonadas por la fuerza, está indicando
hasta dónde se ha llegado en términos de victimización
de la sociedad y demanda, como imperativo, la urgencia
de parar esta guerra por mecanismos que no impliquen
más derramamiento de sangre. Poner fin a la guerra por mecanismos civilistas siempre
será un escenario plagado de complejidades pero hacerlo sostenible, que es a lo que propiamente se alude
cuando se habla de postconflicto, no lo es menos, pues
es allí donde cada sociedad saca lo mejor de sí, dónde
las sociedades presas de conflictos armados asumen su 44 45 futuro y movilizan todos sus recursos en la dirección de
la no repetición. ¿Qué papel juega entonces la memoria histórica en
un escenario como el que se vislumbra y cómo podría
convertirse en un componente relevante en un escenario en donde se impone la construcción de la paz? Para responder este interrogante, resulta indispensable
llevar a cabo una reflexión sobre el concepto mismo de
MEMORIA HISTORICA y, de manera específica, en
dónde radica su importancia. La acepción de Historia dominante, concibe ésta como
el resultado de hechos excepcionales producidos por seres excepcionales que han incidido de manera relevante
en la vida de las sociedades. Esta acepción, la historia-relato, ha sido un instrumento de marcada funcionalidad
para los vencedores y para la institucionalidad beneficiaria del poder. Esta historia-relato interesada sólo en
los destellos aislados del devenir de las sociedades, en
donde emergen sus protagonistas siempre destacados,
omite esa historia que se desenvuelve en temporalidades generalmente largas que se construye con improntas
decisivas como la geografía, la cultura y, en general, las
cosmovisiones desde las cuales se explica el mundo circundante. Los hacedores de esta historia, no relato, que
no es sólo un pasado si no también un presente, son los
innominados, aquellos que, como tejedores de una red,
resultado de las múltiples y diversas experiencias colectivas e individuales, construyen sentidos, explicitan rupturas y definen rutas no siempre lineales. La guerra, como hecho, aunque no siempre excepcional
pero si relevante para las sociedades, ha acaparado el interés de la historia- relato. En esta perspectiva se inscribe 45 la difundida frase atribuida al marxismo de la violencia
como la partera de la historia. De las guerras se sabe de
sus vencedores a quienes se les atribuye una condición
de excepcionalidad, como se ha indicado, pero de las
víctimas sólo se sabe vagamente de las fosas comunes
que habitan. La historia de las guerras ha tenido como
epicentro a los victimarios, las víctimas son los innominados. Es entonces, el ejercicio de visibilizar lo invisibilizado, el
ejercicio de atreverse a escudriñar la maraña compleja
de la vida que se da bajo territorialidades o geografías
concretas, donde reside el trabajo de la historia. Por eso,
el papel de la historia no es la construcción de héroes,
es más bien la reconstrucción de un mundo desde su
complejidad, es develar la trama de la vida en la plenitud
de sus contradicciones y discontinuidades. Por ello, esta
historia es en esencia crítica ante las visiones lineales,
ante las lecturas ancladas a un pasado que muy poco le
dice a un presente en nada inocente de ese mismo pasado. Es la historia que se ocupa del individuo pero no se
queda ahí, sobrepasa las percepciones que éste construyó en su corta vida de sí mismo, de su entorno, esto es,
devela las fuerzas que fuera de él y del orden colectivo
intervienen en modelar esas realidades que se dan en
geografías concretas. ¿Pero qué es entonces la memoria histórica? La historia
como se ha dicho, es en algún grado una memoria en
tanto se ocupa también de las percepciones individuales sobre hechos propios de su existencia. Por ello, al
hablar de memoria histórica podríamos estar ante una
tautología. Pero la memoria histórica nace como respuesta a un acontecimiento destructivo como la guerra, ante todo: 46 47 1. 2. Para reivindicar a los invisibilizados. En ella, se
condensa el instrumento de los innominados, las
víctimas, para confrontar la verdad oficial que
sólo visibiliza los héroes de los vencedores. Es la expresión de una fuerza organizada y colectiva que, por razón del ocultamiento, reclama
recuperar su lugar en el mundo y exige un reconocimiento. Con ella, vuelven a ocupar un lugar
en la sociedad aquellos que yacen en las fosas comunes o aquellos que, aun desaparecidos, ni siquiera contaron con un lugar para la muerte. 3. Es el principio de la dignificación a individuos y
colectividades a quienes se les impuso el silencio
y el olvido. Cobran vida, pues, nombres, territorios, tejidos sociales y cosmovisiones. 4. Una mirada a un relato que ha atenuado el dolor para motivar una reflexión constructiva. Es
un recuerdo que se aviva en el relato, en las fechas, en espacios y monumentos simbólicos. Es
una presencia que originada en la destrucción, se
convierte en una fuerza transformadora al confrontar las conciencias, pues la historia la hacen
hombres y mujeres pero también se deben servir
de ella. El informe del GMH es sin duda el esfuerzo institucional más completo en los términos de dar cuenta de lo
que ha sucedido en los últimos cincuenta años de conflicto armado interno, se aparta por lo tanto de un relato
funcional a los intereses de la institucionalidad. Aunado
al trabajo el PNUD: El conflicto, callejón con salida, publicado en el 2003 y la PARAPOLÍTICA, la ruta de la
expansión paramilitar y los acuerdos políticos, configuran 47 los tres esfuerzos más sólidos por iniciar el camino hacia
el indispensable esclarecimiento de una tragedia nacional que aún no culmina. Hay mucha verdad pero no son
pocas las oscuridades que persisten sobre un pasado que
debe arañarse más, no sólo para comprender mejor lo
que ha ocurrido, sino también para disponer de mayores certezas para abocar las transformaciones. Nos asiste una feliz coincidencia, como se anunció al
comienzo. Esto es: las víctimas se han levantado de las
cenizas y hoy son un actor social y político que ha desatado un proceso irreversible de ser reconocidas como
sujetos de derecho, en donde la verdad es uno de los
derechos que probablemente más se ha desarrollado.
Con un componente destacado de la coyuntura como
el anterior; el Gobierno ha dado comienzo a un proceso
de negociación que pretende dar fin al conflicto armado
que, por más de 50 años, sostiene el Estado colombiano
con la organización insurgente FARC. Si bien nos encontramos una vez más frente a un proceso de negociación de carácter parcial, que no implica
un antes y un después, el contexto ha cambiado, haciéndose relevantes, entre otros, los desarrollos en materia
de verdad. Los procesos de negociación anteriores, incluidos los
que le dieron origen a la actual Constitución Política,
antes que remover las causas estructurales del conflicto
y la estructura de valores y de creencias anidadas en una
sociedad proclive a la resolución violenta de los conflictos, las reforzaron, dando lugar a un nuevo ciclo de violencia con prácticas de guerra marcadamente degradadas. El país vivió un escenario de victimización y revictimización desde finales de los ochenta hasta comienzos 48 49 del siglo XXI sólo comparable con la violencia partidista
de los cincuenta. Las víctimas disponen como se ha indicado, pues, aunque no de toda, si de una importante parte de la verdad.
Es uno de los resultados concretos de una lucha como
expresión de la rebeldía contra el silencio y el ocultamiento y que dignifica a quienes sufrieron los rigores de
la guerra. Pero como lo señala el informe: “La violencia de la desaparición forzada, la violencia
sobre el líder sindical perseguido, la violencia del desplazamiento forzado, la del campesino amenazado y
despojado de su tierra, la de la violencia sexual y tantas otras suelen quedar marginadas de la esfera pública, se viven en medio de profundas y dolorosas soledades. En suma, la cotidianización de la violencia,
por un lado, y la ruralidad y el anonimato en el plano
nacional de la inmensa mayoría de víctimas, por el
otro, han dado lugar a una actitud si no de pasividad,
sí de indiferencia, alimentada, además, por una cómoda percepción de estabilidad política y económica. Colombia apenas comienza a esclarecer las dimensiones de su propia tragedia. Aunque sin duda la mayoría de nuestros compatriotas se sienten habitualmente interpelados por diferentes manifestaciones del
conflicto armado, pocos tienen una conciencia clara
de sus alcances, de sus impactos y de sus mecanismos
de reproducción. Muchos quieren seguir viendo en la
violencia actual una simple expresión delincuencial
o de bandolerismo, y no una manifestación de problemas de fondo en la configuración de nuestro orden
político y social.” Dicho de otra manera, la tarea está incompleta. ¿Cómo
provocar una reflexión constructiva en una sociedad que 49 no sólo omite la tragedia si no que pareciera compartir el
discurso violento? Es preciso entonces imaginar cómo convertimos
los
cambios en el contexto y la coyuntura en una oportunidad para impedir que un proceso de negociación como
el presente, aunque parcial, no sólo sea exitoso sino que
introduzca los cambios económicos, políticos y culturales, que aborte la lógica cíclica de la violencia y cree
las bases para la construcción democrática y la reconciliación. Dicho de otra manera, cómo la sociedad colombiana da un paso importante en la garantía de no
repetición, entendida ésta como la posibilidad de que
el Estado haga lo que le corresponda en materia política y social, pero la sociedad, de igual forma, adelante
la reflexión que le corresponde a partir de hacer suya
también la indignación y el dolor, no para la venganza y alimento del odio, sino para comprometerse con la
profundización de la democracia, el modelo de sociedad
posible. No basta pues con el cese del trinar de los fusiles. Un primer paso se sitúa sin duda en la urgencia de romper la indiferencia y el acomodamiento de la sociedad
frente a una guerra que, por sus daños, ha herido de manera profunda a la humanidad, a lo humano. A la verdad
que se ha llegado, debe sacársele de las discusiones de las
dirigencias sociales y políticas y ponerla a jugar en los
escenarios públicos. Es urgente imaginar un proyecto
pedagógico que permita hacer llegar los contenidos de
esta verdad a amplios sectores de la sociedad. La escuela,
en su sentido más amplio, debe incluir de manera sistemática el tema con el fin de sensibilizar por lo menos a
una generación, acerca no sólo de lo sucedido sino también con respecto a las causas de dicha tragedia, no sólo
como un ejercicio académico sino como un episodio 50 51 que sea sentido como propio y concite la voluntad de
impedir que vuelva a ocurrir. De otro lado, a la verdad a que se ha llegado, le es necesario un ejercicio histórico riguroso que permita
trascender el relato y de cuenta de las especificidades
y particularidades desde una perspectiva territorial. La
perspectiva territorial en la investigación de la Corporación Nuevo Arco Iris, de la cual se hizo mención con anterioridad, es el camino que en la actualidad debe cobrar
la vigencia necesaria, pues, podría hablarse de causas
estructurales comunes de la guerra pero el conflicto ha
tenido la impronta de geografías concretas, esto es, con
realidades económicas, políticas y culturales, no siempre
las mismas, que le han imprimido su propio sello y que
desbrozarían el camino para acercar esta historia como
pasado y presente. Debe ser un factor para la identidad
colectiva y un motivador que movilice las energías de
quienes han construido territorialidades concretas hacia
la compleja tarea reconstructiva. Colombia es un país
de regiones y esta condición estructurante no podría
ser ajena al conflicto armado sobre todo en sus soluciones. Por ello, es un hecho que la paz de La Habana no
es la paz de las regiones y la gran puesta a prueba de los
acuerdos a los cuales se llegue, como es el deseo, estará
en los territorios en tanto será allí, y no en otro lugar,
donde a fin de cuentas adquirirá la debida materialidad
la ruta que se trace el acuerdo Gobierno-insurgencia. El diseño del postconflicto que tiene como telón de fondo la demanda de garantía de no repetición deberá ser
imaginado desde lo local en sus políticas públicas y estrategias políticas, sociales, económicas y culturales. Un
replanteamiento de la institucionalidad local, tal como
fue reclamada por los gobernadores en el foro llevado a 51 cabo el 15 de agosto de 2013 en Medellín, es un reclamo
y una alerta al Gobierno. Es el momento, pues, para que
las regiones dejen de ser convidados de piedra y que su
palabra ocupe el lugar debido y se sacudan del centralismo asfixiante. La posibilidad de una paz sostenible y la posibilidad de
emprender los caminos de la reconciliación, los dos pilares centrales de la no repetición, implican que la verdad
se pluralice como realidad territorial. No habría pues,
una verdad si no las necesarias para que las certezas para
la reconstrucción sean mayores. 52 53 Pensemos el postconflicto Ponencia de José Antonio Girón Sierra1
Medellín, junio de 2014 1 Esta ponencia fue presentada en el seminario “Los procesos de paz en Colombia”, realizado por la Fundación Cultura Democrática –Fucude en junio
de 2014. José Girón Sierra es analista político del Observatorio de DDHH y
de paz del Instituto Popular de Capacitación- IPC A. Resumen Se lleva a cabo un ejercicio reflexivo sobre el postconflicto apelando a la teoría de los conflictos y a partir de
precisar el alcance del concepto y problematizarlo. Concomitante con lo anterior, se muestra el panorama nacional y local en materia de procesos de salidas negociadas no sólo con respecto al conflicto armado en general
sino también en cuanto a la amplia experiencia que puede mostrar la ciudad de Medellín. En un esfuerzo por
articular el ejercicio reflexivo teórico y el acumulado en
materia de soluciones civilistas a la guerra, se abordan
los retos que implicaría la posibilidad de un escenario
exitoso en las negociaciones de paz que se llevan a cabo
en La Habana, atendiendo a las particularidades de éstas, en las cuales Gobierno e insurgencia dialogan con el
propósito de darle fin al conflicto armado que ha marcado la vida del país por más de cincuenta años. B. Palabras Claves Postconflicto, negociación, contrainsurgencia, paramilitarismo, narcotráfico, protección violenta. C. Introducción Una mirada a los más de 50 años del conflicto armado, que ha vivido la sociedad colombiana, indica que en
ese lapso de tiempo se han llevado a cabo más de diez
procesos de negociación con organizaciones armadas, lo
que sugiere que en ese mismo tiempo se han dado un
número similar de circunstancias en las cuales, bien el
Gobierno nacional o los Gobiernos locales como el caso
de Medellín, se ocuparon de acciones encaminadas a la
desactivación de un factor de violencia. 54 55 Un hecho que merece destacarse al respecto es que el
Estado colombiano, en el período aludido, no ha logrado, en los términos que propone la guerra convencional,
propinar una derrota militar a ninguna organización armada de las que, por una u otra razón, entraron en un
proceso de negociación, incluido por supuesto el actual
proceso con las FARC. Dicho de otra manera, hasta ahora, la negociación ha sido el recurso con el cual se han
intentado cerrar procesos violentos por fuera de una
condición de rendición. Algunas de las explicaciones podrían encontrarse en
las características de la guerra que se ha desarrollado
en Colombia. Desde los años cincuenta, de la mano
de EEUU, se inauguró la estrategia de la seguridad nacional y en la época siguiente a la caída del muro de
Berlín, se perfilaron las que posteriormente se llamarían guerras de baja intensidad2 o contrainsurgentes.
A la guerra clásica o convencional entre naciones desarrolladas, por razones de control territorial, se suman los conflictos internos que, animados por procesos revolucionarios, se proponían implantar modelos
sociopolíticos contrarios a los intereses del imperio.
Esta modalidad de confrontación significaba para los
EEUU la defensa de sus intereses en la periferia, para
lo cual necesitaba impedir que sus aliados fueran pre- 2 La definición que establece el Informe final del Low Intensity Conflict Team
sostiene que:
“El Conflicto de Baja Intensidad es una lucha político-militar limitada
para alcanzar objetivos políticos, sociales, económicos o psicológicos. Es
muchas veces prolongado y varía de presiones diplomáticas, económicas
y psico-sociales hasta el terrorismo y la contrainsurgencia. El conflicto de
baja intensidad generalmente se limita a una área geográfica y muchas veces se caracteriza por constreñimientos en las armas, tácticas y nivel de
violencia”. 55 sa de amenazas internas. Se partía de la premisa de
que las formas convencionales utilizadas en la guerra
no servían para enfrentar guerras cuya naturaleza era
no convencional. Era pues preciso un replanteamiento de fondo. De allí, que sus formas dependieran de
las circunstancias particulares de acuerdo a la naturaleza del factor desestabilizante: de acciones sólo de
contención puntual podría extenderse a acciones más
complejas (militares, económicas, culturales) y duraderas, si se estaba por ejemplo frente a conflictos
internos en los cuales se encontraban actores como
organizaciones insurgentes. La Alianza para el Progreso y el Plan Colombia, son dos ejemplos concretos
de estas acciones. En su concepción se visualizan las
siguientes etapas: 1. 2. La estabilización política y militar del aliado. El desarrollo de una guerra de desgaste, sostenida
mediante acciones militares, concebida para un
período generalmente largo. 3. Y finalmente,
la utilización de una ofensiva
militar, política y psicológica que debilite profundamente al oponente, que lo conduzca a
modificar sus aspiraciones y lo obligue a una
negociación. Un examen juicioso de estas etapas indica que todas
ellas, en el caso de Colombia, han tenido sus propias
expresiones y que bien podríamos encontrarnos en la
tercera de ellas. Sin embargo, esta guerra de baja intensidad en Colombia ha trazado su propio camino.
El hecho de encontrarse el Estado colombiano frente a
varios actores armados, con planteamientos ideo-políticos diferentes o antagónicos, y la irrupción del narco- 56 57 tráfico y del paramilitarismo, a partir de finales de los
ochentas, hizo que la guerra interna adquiriera unas
dimensiones y unas connotaciones problemáticas para
ser abordadas desde las categorías, hasta ahora disponibles, en las ciencias sociales. Esa mixtura de narcotráfico, paramilitarismo e insurgencia se movió entre
su inscripción dentro de la lucha mundial contra las
drogas, hasta su señalamiento como un componente
clave de la lucha antiterrorista. Una consecuencia del discurrir particular de esta guerra en Colombia ha sido que, en la aplicación de la tercera etapa a la cual se hizo mención con anterioridad,
no sólo se obligó al Estado a actuar en distintos frentes
de guerra, dispersando sus propias fuerzas, sino que le
impuso la lógica de los pactos parciales. Desde Belisario
Betancur, en la época más reciente de este conflicto, cada
gobierno, en su haber, tiene un proceso de negociación
con un actor armado3. Negociaciones, pactos, armisticios y amnistías de orden
nacional4. Presidente Gustavo
Rojas Pinilla Alberto
Lleras
Camargo Periodo de
gobierno Negociaciones 1953 1958 1. 2. Tras el golpe militar, decretó amnistía para las guerrillas liberal-conservadoras como fuerza pública Expide decreto que otorga amnistía e
indulto a
organizaciones guerrilleras y propone un plan de
rehabilitación. Este proceso
fracasa por presión
conservadora y se impone la guerra. 3 4 Villarraga Sarmiento Álvaro. Procesos de paz y tránsito de grupos alzados en
armas a nuevos movimientos políticos. Revista controversia 200. Año 2014
Villarraga Sarmiento Álvaro. Proceso de paz, Desarme y reinserción en Colombia. 57 Presidente Periodo de
gobierno Negociaciones Belisario
Betancur 1982-1986 Virgilio
Barco V. 1986-1990 César Gaviria 1990-1994 Ernesto
Samper P. 1994-1998 Andrés
pastrana A. 1998-2002 Álvaro
Uribe V. 2002-2010 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. Acuerdo de La Uribe. Pacta un cese al fuego bilateral
con las FARC y nace la Unión Patriótica. Este acuerdo
fracasa ante el asesinato y exterminio de la militancia
de esta fuerza política. Se inician conversaciones con el M19 y las Autodefensas obreras-ADO. Dialogo y desmovilización del M19. Nace la alianza
democrática M19 y se acuerda un proceso constituyente que tendría como tarea una nueva constitución. Dialogo y desmovilización con el EPL Acercamientos con la Coordinadora guerrillera, el
ELN y disidencia del EPL. Dialogo y desmovilización con el PRT. Reinicia conversaciones con la Coordinadora guerrillera Simón Bolívar (Cavo norte, Caracas y Tlaxcala). Dialogo y desmovilización entre el Gobierno Nacional y la Corriente de Renovación Socialista (CRS). Conversaciones en Maguncia con el ELN y la Disidencia del EPL. Se firma el llamado Acuerdo de
Puerta del Cielo, pero esto no avanza. Acercamientos con las FARC para el diseño de una
zona desmilitarizada. Se comisiona para esto a Juan
M. Santos. Negociaciones en el Caguán. El Gobierno concede
zona de distensión y le da estatus político a las FARC.
Se llegó hasta acordar la llamada agenda para un
cambio hacia una nueva Colombia. Pero el proceso
Fracasó. 14. Negociaciones de Ralito con las AUC. Se pacta desmovilización, que compromete a los territorios en los
cuales operaban los distintos grupos paramiliatres. 15. Acercamientos con las FARC. Juan Manuel
Santos C. 2010-2014 16. Acuerda con las FARC un proceso de negociación en
La Habana, sobre la base de una AGENDA. 58 59 Negociaciones y políticas de paz de orden regional-local5 - 6. Presidencia y Alcaldía Periodo Negociación y/o programa Alcaldía de Luis Alfredo Ramos. (1992-1994) Presidente César Gaviria Alcaldía de Juan Gómez (1998-2000) Presidente Ernesto Samper P. Alcaldía de Sergio Naranjo (1995-1997) Presidente Ernesto Samper P. Alcaldía de Sergio Naranjo (1995-1997) Presidente Ernesto Samper P. (1994-1998) Presidentes Andrés Pastrana (1998-2002) Alcaldía de Luis Pérez (2001-2003) Presidente Ernesto Samper (1998-2002) Presidente Álvaro Uribe (2002-2006) Gobernación de Guillermo Gaviria Correa
(2001-2003) Presidente Ernesto Samper (1998-2002) Presidente Álvaro Uribe (2002-2006) 1994 1998 Negociación entre el gobierno nacional y Milicias Populares, Milicias Independientes del
Valle de Aburrá y las Milicias Metropolitanas
del Valle de Aburrá. Se pacta desmovilización,
inversión social en las comunas y se crea
Coosercom. Empresa de vigilancia privada. Negociación entre el gobierno y el Movimiento independiente y revolucionario Comandos
armados MIR-Coar. Se pacta desmovilización
e indulto, inversión social Entre 1995
y 1998 Se llevan a cabo 50 pactos de convivencia
y paralelamente se establecen los llamados
Barrios de convivencia Entre 1995
y 2000 Se autoriza por parte del gobierno el desarrollo de acuerdos regionales para lo cual se crea
la Comisión Facilitadora de paz. 2001-2003 Establece la policía de “compro la guerra”.
Es una política que pretendía desmovilizar a
3000 jóvenes. 2001-2003 Plan Congruente de paz. Primera experiencia
de orden regional de incidir de manera
integral en las causas objetivas y subjetivas
de la guerra. 5 6 Sepúlveda Arroyave Juan Guillermo. Vivencias urbanas de paz. Medellín década de los 90. 2010
Derechos Humanos y Solución de Conflictos. PERSPECTIVAS. Relecturas.
Conflicto Urbano y procesos de paz Medellín 1990-1995: Balance y perspectivas. Instituto Popular de Capacitación-IPC. 1996. 59 Presidencia y Alcaldía Periodo Negociación y/o programa Sergio Fajardo y Alonso Salazar (2004-2007) y (2008-2011) 2004-2010 Con el aval del Gobierno nacional se Formula
un plan de convivencia que contemplaba el
desarrollo de pactos con las bandas de las
comunas. Programa “Fuerza Joven”, mediante
consulta popular se construye el manual de
convivencia, Se establece el plan desarme y el
programa Medellín despierta para la vida. Estas circunstancias particulares son las que motivan en
primer lugar a que sea repensado el concepto de postconflicto7 y que, a su vez, se intente un ejercicio valorativo con respecto a los procesos parciales que, hasta el
momento, se han llevado a cabo en el país. D. Volvamos sobre la teoría
de los conflictos Pero, para hablar del postconflicto, resulta indispensable precisar de qué idea de conflicto partimos8. Para el
efecto, Galtung plantea que el conflicto no es otra cosa
que una situación de objetivos o intereses incompatibles
que siempre estarán emergiendo dentro del marco de las El postconflicto en Colombia. Coordenadas para la paz. Juan Diego Garzón Galiano y otros. Bogotá. 2003. Universidad Pontificia Javeriana. “
También podemos definir el posconflicto….., como el período de tiempo que procede a la terminación del conflicto en sentido parcial(para
el combatiente que estando en curso la confrontación ya no participa
de ella) y en sentido total(cuando hay una terminación total de la confrontación armada ya sea por la derrota militar de una de las partes o
por un acuerdo de paz), determinado por las mismas circunstancias del
conflicto el origen, cultura e idiosincrasia de los sujetos intervinientes y
en el cual se trazarán las metas de la reconstrucción y rehabilitación, que
se ejecutarán en planes estratégicos de emergencia a corto plazo y desarrollo a largo plazo, con el fin de detener la proliferación de conflictos y
de atender en forma adecuada e integral a las victimas generadas por la
confrontación.” Pag.31
Percy Calderón Concha. Teoría de conflictos de Johan Galtung 7 8 60 61 complejas relaciones humanas y en el desenvolvimiento
de las sociedades, que se expresan como una relación de
poderes. Como hecho relacional, hace parte permanente
de la vida y es un generador constante de experiencias
que comprometen la interioridad y la exterioridad de
los sujetos. Por ello, como bien lo plantea este autor, no
es posible hablar del fin del conflicto como tampoco de
su solución, por lo cual se propone el concepto de transformación. Esto es, que de una situación de objetivos e
intereses incompatibles se pasa a una situación nueva,
donde inevitablemente se darán otros intereses y objetivos, proceso en el cual se ha generado una experiencia
humana bastante referida al cómo se hace ese tránsito
bien sea apelando a la ruta más arcaica, la violencia, o
lo que, en palabras de Galtung, sería apelar a la capacidad de paz que le es inherente al ser humano, por ello
su máxima de que “si queremos la paz preparémonos
para la paz” como alteridad a la máxima “si queremos
la paz preparémonos para la guerra”. Vistas las cosas de
esta manera, los conflictos no son buenos ni malos en sí
mismos, es el hecho vital que en su complejidad acuna
una de las más importantes situaciones de interacción
humana productora de experiencias para transformar y
para construir pero, sin duda, también para destruir. En los términos de las guerras convencionales, el postconflicto no sería otra cosa que aquel período de tiempo,
generalmente largo, que ocurre bien sea por la derrota
militar propinada a una de las fuerzas contendiente –en
tanto una de las fuerzas se impuso sobre la otra- o bien
porque al final se optó por dar por terminado el conflicto a través de una negociación. Pero dentro de la mirada que podría darse a la arquitectura que le es común a
todo conflicto y por consiguiente a la arquitectura de la 61 paz, se identifican tres fases, como puede observarse en
el siguiente cuadro: LA ARQUITECTURA DEL CONFLICTO Y DEL PROCESO DE PAZ Fase de prenegociación Fase de negociación Fase de postconflicto Manejo del conflicto Resolución del conflicto Transformación del
conflicto - - Respuesta a la violencia. Reacción a la realidad
cambiante del conflicto
en el terreno. Se refiere a
todas
las
acciones
que,
desde
el establecimiento y la
sociedad, se dirigen a
frenar
la escalada de
violencia y desactivar la
idea de que no hay otra
salida al conflicto que
aumentar el dolor. Desarrollo de acciones
orientadas a cambiar la realidad del conflicto removiendo
sus causas. Corresponde a un momento
en el cual se dan por lo
menos tres condiciones: 1. 2. 3. Percepción mutua
de
las partes de que su
situación es de estancamiento
que
apunta
a generar altos costos
para las partes. Han
irrumpido
en
la
sociedad
liderazgos
fuertes que construyen
un ambiente favorable a
la paz y de rechazo a la
guerra. Apoyo relevante de
la
comunidad
internacional. - - Afrontar los problemas
propios de
la
implementación de los acuerdos. Transformar la relación
entre los actores (enemigos) en contienda a
través de la reconciliación política. Fuente: Geoffrey Corry &Patrick Heynes. Estas fases o etapas se suceden en este orden, pero en la
realidad el tránsito de una a otra está sujeta a fuertes tensiones y a crisis que pueden conducir a períodos de estancamiento e, inclusive, a regresiones a la primera fase
cuando se estaba en el período de postconflicto. Pero
este esquema que nos propone la teoría de los conflictos
hace indispensable hacer algunas precisiones: 62 63 1. El término posconflicto, como se ha indicado, se
refiere, en los conflictos armados, a aquella etapa
que comienza, en sentido exacto, cuando uno de
los actores sucumbe al poder militar del oponente
o cuando, a partir de un pacto, las partes declaran
un cese al fuego, pero de ninguna manera podría
conducir a la idea del fin del conflicto. Desde la
perspectiva de los conflictos armados, casi siempre
de larga duración, y de los conflictos que en general se suceden, en el ámbito del diverso y complejo
mundo de las relaciones humanas, no es posible
hablar del fin de éstos. La idea de que los conflictos
no terminan ni se solucionan, sino que se transforman, radica en el hecho de que en toda etapa
de negociación lo que se está dirimiendo de fondo
es la creación de un escenario en el cual se creen
unas condiciones sociales y políticas en medio de
las cuales el trámite de deudas históricas; de orden
social, económico y político; y visiones específicas
de la sociedad; no implique el uso de la violencia9
y que en el orden de lo subjetivo individual y colectivo se restaure el daño causado. Esto es lo que
propiamente se ha denominado la dimensión política del posconflicto.10 9 Al respecto John Paul Lederach en su obra “la Imaginación Moral señala:
“Otorgamos a los acuerdos y esperamos que ellos den más de lo que pueden
dar, especialmente en torno a la idea de que, en los acuerdos el proceso negociador ha terminado. De hecho, lo es todo lo contrario: los acuerdos de paz
crean un espacio social y político en el cual las negociaciones representan
una plataforma en desarrollo. En este sentido, las negociaciones no son un
intento excepcional a corto plazo, sino que en realidad, los acuerdos de paz
significan que acaba de comenzar toda una nueva serie de negociaciones a
menudo, más arduas y difíciles”. Pág. 81
10 Ugarriza, Juan Esteban. LA dimensión política del posconflicto. “Al hablar de
la dimensión política del postconflicto nos referimos a los retos relacionados
con el diseño institucional, la reintegración política de excombatientes, la
reconciliación política y la profundización de la democracia, en un contexto
de continuidad, revolución o transición posterior al final de un conflicto. 63 De manera exacta, los contenidos de una negociación son una solución o soluciones en cuanto
se da término a una manera de tratar un conflicto y se abre la posibilidad de hacerlo de otra
manera y, con ello, la oportunidad de transformarlo. Las decisiones sociales y políticas, encaminadas a incidir sobre las motivaciones que
condujeron al conflicto, al tomar cuerpo en la
sociedad, como realidades en esta etapa, modifican la escala de intereses, creencias y estructura
de valores, y los transforman creando un nuevo escenario de disputa. De allí la pertinencia
del llamado que hace Lederach, al respecto de la
complejidad a la cual se ven abocadas las sociedades que aspiran a transformar sus conflictos
cuando éstos han adoptado el camino de la guerra y/o las violencias. Por ello, las negociaciones
exitosas pueden tener, de inmediato, como resultado, reducciones importantes en los indicadores de violencia sin que esto tenga implicaciones en cuanto a las causas que le dieron origen a
la confrontación. Ocuparse de ello configura el
gran reto cuando se hace referencia al concepto
propiamente de la sostenibilidad y, esto, no es
menor, pues a fin de cuentas lo que se está decidiendo es ese tránsito espinoso del lenguaje de
la destrucción y de la muerte al lenguaje de la
construcción, de la creatividad y de la vida. El postconflicto sería entonces el período que se
ocupa de ese escenario que, en sentido exacto, es
un período de transición en el cual las fuerzas sociales y políticas, que se inscriben en la dicotomía
guerra-paz, tensionan sus fuerzas en el campo de 64 65 la civilidad y dirimen sus diferencias apelando a
los instrumentos propios de la democracia11 -12.
En esta tensión de fuerzas, en un comienzo, la
guerra y las formas violentas de resolver los conflictos gozan de una particular ventaja, de allí los
altos riesgos de devolverse a períodos anteriores.
Este devolverse también puede darse cuando los
procesos de negociación concentran todas sus
energías en lo sintomático, en lo más evidente,
esto es, simplemente detener la escalada de las
violencias, omitiendo el por qué se llegó a donde se llegó. Este pragmatismo bastante socorrido por la mayoría de los gobiernos que piensan
más en metas de corto alcance o mediano vuelo,
lo que hace simplemente es posponer la transformación y precipitar nuevos ciclos de violencia
mucho más deletéreos. 2. Pero los problemas con el término posconflicto
están presentes también cuando el lente desde el
cual miramos estas ideas es el conflicto o, para
ser más exacto, los conflictos armados que ha
afrontado la sociedad colombiana. Una mirada a nuestra historia reciente permite aseverar
que, desde la arquitectura del conflicto y de la
paz antes esquematizada, el país, en razón de sus 11 12 Pérez Tito Hernando. Conflicto y posconflicto en Colombia. 2011. “La participación de los ciudadanos en procesos de toma de decisiones, la inclusión
de grupos excluidos en la vida política y económica del país, la prevalencia
de un Estado de derecho y la construcción de instituciones democráticas
efectivas y eficaces (Kumar, 1997; Ardon, 1998) son elementos centrales en
los procesos de democratización, superación del conflicto armado y avance
en la construcción de una sociedad posconflicto.
John Paul Lederach. La Imaginación de la moral”. “La mayoría de los acuerdos de paz no son soluciones en cuanto contenidos: son propuestas de paz
para procesos negociados, que de seguirse, cambiarán la expresión del conflicto y suministrarán cauces para redefinir las relaciones.” Pág. 79. 65 particularidades antes referidas, se ha visto abocado a diversas etapas o fases de negociación y
la entrada a un número similar de fases de posconflicto y/o transformación. Los contenidos
de esta tercera fase han estado marcados por los
mismos contenidos de la negociación que se han
movido, desde treguas o desde la sola desmovilización y dejación de armas, hasta pactos más
complejos que incluyen el desarrollo de políticas públicas encaminadas a incidir en los factores causales. Esto permite afirmar que la experiencia de posconflicto sí la ha vivido la sociedad colombiana
pero dentro de los marcos de procesos de negociación parciales,
los cuales agregan nuevos
problemas que lo hacen más complejo cuando
se les aboca desde la transformación misma del
conflicto. Construir cuando a la vez impera el
lenguaje de la destrucción, cuando la posibilidad
de re-victimización no es un hecho aislado sino
un riesgo permanente, es lo que permite afirmar
las desventajas enormes, reales, que enfrenta una
etapa de transformación. De allí que termine
por imponerse la lógica de la guerra y, con ello,
la imposibilidad de que el habitante del común
no cuente, en su haber, con experiencias positivas
en lo constructivo, y se afiance en sus conciencias
la desesperanza, la desconfianza y la incredulidad
en la paz. Estos problemas han tenido como consecuencia
que las negociaciones, en unos casos, fracasen y
se dé un regreso a la etapa de pre-negociación
y en otros simplemente que los territorios que 66 67 deja un actor sean copados de inmediato por
otros que hacen parte de otras guerras. Respecto a esto último, el paramilitarismo inauguró lo
que se ha denominado procesos de pacificación,
entendidos éstos como el desalojo de un actor
armado de un territorio, no por las fuerzas del
Estado –pero en casi todos los casos con su colaboración-, sino por un actor irregular que le
arrebata, mediante guerra degrada, su base social e impone por la fuerza su dominio. En los
noventa en Colombia se habló de un país pacificado al norte y un país en conflicto con la
insurgencia al sur. Dicho de otra manera, la sociedad colombiana
sí se ha encontrado en circunstancias propias de
lo que podrían ser etapas de posconflicto pero
éstas no han podido ser parte del imaginario colectivo, en tanto la impronta de las guerras no
negociadas ha sido tan relevante que ha opacado, cuando no neutralizado, cualquier iniciativa
que intente incidir en remover causas de orden
estructural ( inequidad, exclusión, democracia
restringida) y cuerpos de creencias y de valores
que socialmente apuntalan las salidas violentas
a las conflictividades. 3. Al lado, estas particularidades y sus implicaciones, que son inobjetables, aparecen en otras no
tan particulares, pues hacen parte de elementos
más de orden propios de la región de América
Latina. Se refiere más específicamente al complejo Estado débil-democracia restringida-contrainsurgencia, que en el continente tomó asiento a partir de la doctrina de seguridad nacional 67 de la cual se hizo ya mención. En distintas coyunturas en las que se ha entrado a procesos de
paz con posibilidades de éxito, se ha hablado de
los enemigos ocultos de la paz. Estos enemigos,
que en la realidad no son tan ocultos como se
dice, operan a partir del complejo antes indicado. Se trata de sectores de la elite económica articulada a empresas electorales muy poderosas
y éstas, con sectores de las fuerzas armadas, que
han encontrado en el mantenimiento de la guerra una estrategia bastante funcional a la protección de sus intereses13. Estas fuerzas que conspiran contra la paz, abortaron un primer intento como el acuerdo de La
Uribe que terminó con el exterminio de la Unión
Patriótica; experimento que tenía como finalidad
crear las condiciones para una desmovilización
total de las FARC. Posteriormente, con el intento
de mayor calado como fue llegar a concebir una
constitución garantista que desbrozara el camino
para la construcción de la paz, después de 23 años
se ha asistido a una lucha entre quienes pugnan
por desarrollarla y quienes pugnan por revertir
sus componentes más progresistas. En esta lucha
el contenido de sus reformas indican que estos Revista Semana. Entrevista de María Jimena Duzan a Daniel Pecault. Mayo
16 de 2014 “En el país hay mucho escepticismo sobre el proceso mismo. Y
diría que muchos sectores, no solo las elites dirigentes, están descubriendo
que a ellos les ha ido mejor con el conflicto armado que lo que les podría
ir en el caso de que se firmara un acuerdo pacífico. Es decir, la gente está
descubriendo, sin estar muy consciente de ello, que el conflicto armado ya
no le molesta tanto a la gente de las grandes ciudades, que solo afecta a las
periferias de Colombia. Por todo eso muchos sectores tienen la convicción
de que el conflicto armado a lo largo de los últimos 30 años ha sido para ellos
un factor de cierta estabilidad social y política”. 13 68 69 últimos van ganando la partida. Resulta bastante
relevante, que fue en este período de post-negociación, en el cual la guerra llegó a los más altos
niveles de degradación y, por lo tanto, de victimización. Finalmente, está el proceso del Caguán,
en cuyo fracaso también estuvieron involucrados
estos sectores que le temen a la democratización
de la sociedad pues se verían compelidos a tranzar y poner en juego sus intereses con otros. De manera conclusiva, la condición de posconflicto es
una realidad no ajena al devenir de la historia del conflicto armado que Colombia ha sufrido en los últimos
cincuenta años. Esa condición, que entraña una profunda complejidad, lo ha sido más por las propias particularidades que han impedido su sostenibilidad precipitando ciclos de violencia sucesivos que han profundizado
las denominadas causas objetivas así como las subjetivas. Al no removerse, en la sociedad, sino más bien profundizarse creencias y valores alimentados desde el miedo, bastante funcional a la guerra, y al verse sometida
ésta a sucesivas victimizaciones, la consecuencia no ha
sido otra que el imperio de la desconfianza con respecto
a dichos procesos. Miremos de manera resumida estas
particularidades: - - Una guerra de baja intensidad que se ha hecho
bastante prolongada y funcional a los intereses de
sectores importantes de la elite política y económica. Presencia de diversos actores armados que confrontan al Estado o que actúan en consonancia
con él, abriendo un abanico importante de guerras y violencias. 69 - - - Por las razones anteriores: la instauración de la
lógica de las negociaciones parciales que, aún exitosas en su etapa de negociación, no han logrado
en su etapa de post-negociación transformar las
subjetividades (estructura de creencias y de valores) y externalidades (discriminación, exclusión)
que encaminen la sociedad por alternativas no
violentas. El pragmatismo bastante arraigado que asume
el conflicto, desde la simplicidad y la omisión de
la complejidad, centrándose sólo en lo más sintomático y visible (desactivar el actor armado
por ejemplo) sin tocar por lo menos de manera
importante lo no tan visible pero determinante,
como aquello definido como causa objetiva o
factor estructural. La acción deliberada de los guerreros de no
considerar la pertinencia de que esa etapa de
posconflicto necesita un sujeto que actúe preventivamente y de manera prospectiva como
dique a un retroceso o devolución. La sociedad se excluye del proceso y si en algún momento se le tiene en cuenta lo es desde estrategias manipuladoras. Es el sujeto quien, en
palabras utilizadas por Lederach, le definirá la
dirección al flujo del nuevo escenario de relaciones o en la dirección del “cambio social
constructivo14. 14 Cambio social constructivo: “Es el intento de desplazar las relaciones de
aquellas definidas por el temor, la recriminación mutua y la violencia hacia
las caracterizadas por el amor, el respeto mutuo y el compromiso proactivo.”
La Imaginación Moral. Pág.74. 70 71 E. ¿Qué retos nos depararía
que el proceso de La Habana
culmine exitosamente? Las circunstancias de las guerras no son siempre las mismas y esto lo es más, cuando hablamos de guerras de larga duración. En el caso del conflicto que en Colombia se
expresa en la contradicción entre el Estado colombiano
y la insurgencia, los contextos nacionales e internacionales han tenido un peso significativo. En el período político que siguió al fracaso de la negociación del Caguán, llamado “Seguridad Democrática”,
cuyo objetivo central era propinar una contundente derrota militar a las FARC, se desarrollaron y aplicaron,
en la escala más avanzada, los pasos antes indicados de
la guerra de baja intensidad. Esto hizo pensar que la vía
negociada de dicho conflicto había llegado a sus niveles
más bajos y que el país se había adentrado en una de las
etapas más regresivas en materia de paz; y que muchos
de los logros alcanzados por el movimiento social por
la paz en la década de los 90 -cimentar valores como la
vía negociada, la construcción de la paz e invalidez de
la guerra como opción- se venían a bajo. La sociedad
legitimaba la guerra y, aún más, parecía validar “el todo
vale” que parecía ser una opción legítima para el paramilitarismo. Sin embargo, el heredero de esta política, Juan Manuel
Santos, sorprendió a propios y extraños cuando en su
discurso de posesión abrió la posibilidad de una negociación, dentro del marco de un proyecto de gobierno
denominado “La Prosperidad Democrática”, el cual se
haría realidad a partir de las llamadas cinco locomotoras: el campo, la infraestructura, la vivienda, la minería 71 y la innovación15. (Presidencia República de Colombia,
Discurso de posesión del presidente Juan Manuel Santos
Calderón “Le llegó la hora a Colombia”). Un año después,
estos anuncios se vieron concretados en el “ACUERDO
GENERAL PARA LA TERMINACIÓN DEL CONFLICTO”, que tiene caminando una negociación que ha podido avanzar en tres de los cinco puntos de la agenda. ¿Pero
qué ha cambiado propiamente en este nuevo intento de
tramitación negociada de la guerra? 1. Proceso de acumulación global y nacional. Después de una crisis prolongada, iniciada a finales
de los noventa, de la cual apenas empiezan a vislumbrase los primeros amagos de recuperación,
el capitalismo encontró como fuente privilegiada
para un nuevo ciclo de acumulación los recursos
naturales pero, de manera específica, la tierra y
lo relacionado con lo minero-energético-alimenticio. Por razones obvias la mirada se situó en
América Latina como una gran reserva en estos
campos y los capitalistas nacionales, poco golpea- Discurso de posesión del Presidente Juan Manuel Santos. Apartes:
“ -Con el campo, la infraestructura, la vivienda, la minería y la innovación
pondremos en marcha el tren del progreso y la prosperidad, para que jalone
los vagones de la industria, del comercio y los servicios, que son los mayores
generadores de empleo. Discurso de posesión)
-Yo aspiro, durante mi gobierno, a sembrar las bases de una verdadera reconciliación entre los colombianos.
-De un desarme real de los espíritus, construido sobre cimientos perdurables
que no alimenten falsas esperanzas, que no permitan más engaños y que no
conduzcan a nuevas frustraciones en un país que, desde lo más profundo de
su alma ensangrentada, lo que más desea es la paz.
-Tenemos que asimilar la lección del pasado y aprender de los errores cometidos en esta brega por superar una confrontación que hace demasiado
tiempo nos desgarra.
-A los grupos armados ilegales que invocan razones políticas y hoy hablan
otra vez de diálogo y negociación, les digo que mi gobierno estará abierto a
cualquier conversación que busque la erradicación de la violencia, y la construcción de una sociedad más próspera, equitativa y justa 15 72 73 dos por la crisis, encontraron una gran oportunidad para dar un salto importante en sus propósitos de acumulación. 2. Un sector destacado de la elite, interesada en inscribirse en esta nueva dinámica de acumulación,
encuentra en la persistencia de dicha guerra un
obstáculo importante para hacerse competitivos
en el escenario global, en cuanto la coincidencia
espacial de dichos intereses con territorialidades comprometidas seriamente con el conflicto.
Los resultados no concluyentes de la “Seguridad
Democrática”, concebida como ofensiva final, y
la imposibilidad, por la misma crisis, del incremento de recursos del Plan Colombia, por parte
de los EEUU, que permitieran llevar la confrontación a unos niveles superiores, condujeron a
que sectores modernizantes, afines a dicha propuesta, replantearan la estrategia y una vez más
imaginaran una salida distinta a la confrontación
armada, para lo cual era preciso servirse de las
experiencias anteriores y diseñar un proceso que
ofreciera mayores certezas. 3. Las experiencias regionales que alientan en el
continente el desarrollo de proyectos de izquierda desde plataformas democráticas (Brasil, Ecuador, Venezuela, Bolivia), confirman que la época de las revoluciones, que se alimentaban de la
tesis de la violencia revolucionaria y la toma del
poder por las armas, si bien no han llegado a su
fin, han perdido toda vigencia y posibilidades de
desarrollo. A esto se agrega una insurgencia que
ha sufrido importante derrota política nacional
e internacional al perder su lucha toda legitimi- 73 dad y reconocimiento. Dos circunstancias son
relevantes en esta derrota política: el verse involucrada en hechos de guerra degradada (masacres, secuestro, minas antipersona, afectación de
civiles en la confrontación armada) y en acciones
que la ligaban con el tráfico de drogas ilícitas. No
son menos importantes los reveses militares que
la arrinconaron contra las fronteras, obligándola
a perder el control de territorios claves y líderes
que condensaban un importante acumulado de
los saberes de la guerra. Esto presionó cambios
radicales en la estrategia e impuso la posibilidad
de la negociación. 4. Una metodología que contempla claramente las
tres etapas de la transformación del conflicto y
que innova a partir de los aprendizajes sobre los
procesos anteriores. Al respecto merece destacarse el pacto de una agenda que centralice los temas
objeto de negociación, dentro de los cuales cobran una singular importancia el narcotráfico y
las víctimas. En segundo lugar, el hecho de considerar un mecanismo de refrendación para el cierre de la etapa
de negociación. Esto último rompe, de manera
sustancial, con los procesos anteriores y resuelve un problema de fondo al considerar la validez
de lo que se ha llamado el tercer actor, esto es, la
sociedad, como un agente decisivo en la etapa de
posconflicto en tanto actor clave en la perspectiva
de la sostenibilidad. Como paso previo a esta decisión, merece destacarse la reactivación del Consejo Nacional de Paz, espacio concebido en la Ley
434 de 1998, en cuyo artículo primero señala: 74 75 5. “La política de paz es una política de Estado,
permanente y participativa. En su estructuración deben colaborar en forma coordinada y
armónica todos los órganos del Estado, y las
formas de organización, acción y expresión de
la sociedad civil, de tal manera que trascienda
los períodos gubernamentales y que exprese la
complejidad nacional”. Con esta ley, el Estado desarrolla los artículos 22
y 95 de la Constitución sobre el derecho a la paz y
le da a la paz estatus de política de Estado. La irrupción de las víctimas, en la primera década
del 2000, como un actor social y político, ligada
a políticas públicas como la ley de justicia y paz
y ley de víctimas y restitución de tierras, creó un
escenario nuevo donde el Estado se vio obligado a armonizarse con la legislación internacional
establecida en convenios. Estas demandas que
comenzaban a tomar asiento en nuestra estructura jurídica, en donde el movimiento social por
los DDHH y de paz jugaron un papel destacado,
aunadas a los escándalos de la parapolítica, permitieron que se avanzara muchísimo en materia
de verdad, y la sociedad pudo encontrarse con
algo que había permanecido oculto y que daba
cuenta de la tragedia y la magnitud del daño causado. Todo esto volvió a colocar sobre el tapete
la urgencia de parar el desangre y por lo tanto la
urgencia de considerar la alternativa de la negociación. Estas cinco circunstancias son las que, a nuestro entender, le imprimen al actual proceso de negociación unas
condiciones que permiten juzgar que, si en algún mo- 75 mento los procesos de negociación anteriores pudieron
ser utilizados por los agentes de la guerra para hacerse a
mejores posiciones que les diera ventajas desde la guerra
misma, tal vez por primera vez, en nuestra historia de
violencias que parecían sin fin, nos encontrábamos ante
el reconocimiento, por parte de dos actores claves en la
guerra, de la imposibilidad de provocarse una derrota
militar y, para la insurgencia, del aserto de que su programa político era posible por otros medios distintos al
imaginario de la toma del poder por la vía armada. Lo
cual, en su conjunto, le imprimía al proceso aludido un
amplio margen de certezas y unas condiciones bastante
creíbles de terminar exitosamente. Ahora, ante la pregunta sobre los retos que plantea una
nueva etapa para transformar el conflicto, resulta absolutamente pertinente intentar identificar dichos retos a
los cuales nos veremos abocados. 1. Legitimación del proceso en la sociedad. Tantos años de victimizaciones y revictimizaciones y
tantos intentos fallidos por encontrar un camino
distinto a la violencia, para dirimir intereses encontrados en la sociedad, sembraron en las conciencias el pesimismo que, como bien lo caracteriza Lederach para conflictos de larga duración,
se trata de un pesimismo para la supervivencia16, John Paul Lederach. La imaginación moral. “La sorprendente percepción
en estas tierras es que la supervivencia requiere del horizonte de esperanza
aunado con la indiferencia hacia el impacto de la violencia……No permiten
que los repetidos ciclos de violencia maten su pasión por la vida o hagan descarrilar su trayecto cotidiano. Continúan caminando por ese terreno a pesar
de la violencia. Esto les exige una indiferencia selectiva: estos acontecimientos concretos que están fuera de mi control no restringirán ni destruirán mi
vida. Cuando esos acontecimientos se repiten una y otra vez, atravesando
décadas y generaciones, crean el pesimismo de la supervivencia.” Pág. 93 16 76 77 esto es, la espera para que se disponga de las certezas respecto de la autenticidad del cambio. Es
el sentimiento que emerge en “escenarios en los
cuales sus habitantes han aprendido a negociar
la vida en los duros terrenos de la violencia”17.
De manera sostenida y desde diversas encuestas
de percepción ciudadana, llevadas a cabo en los
últimos diez años, se observa la coincidencia en
constatar que sólo entre el 30% y 35% de la población considera que un proceso de negociación
del conflicto terminaría de manera exitosa, y que
un porcentaje mayor que puede superar el 70%
rechaza cualquier prerrogativa de orden
judicial o político a la insurgencia. Esta percepción
confirma, de manera cuantificada, el hecho del
pesimismo antes aludido y está explicitando un
problema central cuando se plantea la necesidad
de un sujeto para la sostenibilidad del proceso
de negociación y un sujeto para la construcción
de paz. También en esto está implicada toda la
estructura de valores y de creencias que han naturalizado, por así decirlo, el autoritarismo, el
caudillismo y un conjunto de prácticas en la vida
pública, donde no es propiamente el interés por
lo común lo que se explicita como más relevante. Esto nos coloca ante la posibilidad, en nada descabellada habida cuenta del proceso de refrendación al cual se hizo mención antes, de encontrarnos ante el riesgo de que se rechace en las urnas el
acuerdo firmado, de mantenerse los altos niveles
de animadversión, desconfianza y escepticismo. 17 John Paul Lederach. La imaginación moral. Pág.92 77 No se trata de un problema sólo pedagógico
como, de manera simplista, se quiere presentar.
Se trata de que, desde el Estado y la insurgencia,
se creen hechos que en la vida cotidiana de los
habitantes de este país, les permitan dar paso a
paso ese tránsito entre el pesimismo que les ha
permitido sobrevivir a una esperanza que
los
haga sentirse agentes efectivos en la transformación de sus entornos y realidades. Esto pasa por
cambios en el lenguaje en la tramitación de intereses contrapuestos (desactivar la guerra verbal
y la práctica inveterada de las estigmatizaciones),
por hechos en el comportamiento de los agentes
del Estado que hablen de un giro sustancial en las
relaciones ciudadano-estado (desmontar la estrategia del enemigo interno, que conlleva al trato
violento de toda protesta social, o a toda postura
que se oponga a la institucionalidad, que se den
pasos en rodear de garantías la participación social y desde los gobernantes hacerla efectiva y no
manipularla, romper el Estado con todo vínculo
con la ilegalidad) es también, por decisiones unilaterales que alivien la tragedia de la guerra o que
ofrezca inclusive treguas definitivas y, finalmente,
que desde la espontaneidad, sin esperar al gran
acuerdo, se den aportes, desde ya, en la verdad,
en dar versiones y explicaciones creíbles sobre lo
ocurrido, ante demandas concretas que se hacen
en los territorios y escenarios de la confrontación
(secuestros, masacres, desapariciones). Como puede colegirse de lo anterior, legitimar este
proceso es el reto inmediato y la tarea permanente
por el período, seguramente largo, que tendrá el
período transformativo del posconflicto. 78 79 2. El ingreso de los combatientes a la civilidad.
Uno de los aprendizajes que han dejado los procesos anteriores, es un saber importante en cómo
afrontar la complejidad que entraña provocar los
cambios en las subjetividades de aquellos para
quienes la guerra y la destrucción se convirtió en
una manera de vivir. Políticas de orden nacional y
regional permiten reconocer que se ha avanzado
bastante en el quehacer y hay un saber acumulado al respecto. Pero el mundo relacional, en territorios en los cuales se encontrarán cara a cara
víctimas y victimarios, y una sociedad en general
que fue inundada por el equívoco de que el mayor agente de violencia y el mayor de sus problemas era la insurgencia, es a nuestro modo de ver
el gran vacío y el gran reto. El daño causado y sus
consecuencias inevitables en las subjetividades de
las víctimas y el odio alimentado desde políticas
y estrategias estatales, por muchos años desde
el complejo contrainsurgente, es tal vez uno de
los retos que están en primera línea, cuando se
piensa en la reconciliación, perspectiva clave en
el postconflicto. 3. Desarrollar el sujeto de la paz y la democracia.
Si el proceso actual pretende dar un salto cualitativo, con respecto a los procesos anteriores,
en el sentido de evitar que termine siendo una
negociación parcial entre guerreros, limitada en
sus resultados a sólo reducir los indicadores de
violencia, y sea sólo un paréntesis en el cual se
incube un nuevo ciclo de violencia, debe tomarse en serio que ese actor que, desde la década de
los 90, viene teniendo presencia en lo que se ha
llamado el movimiento social por la paz, que ha 79 sido arrinconado y estigmatizado, de manera sistemática por los gobiernos, buscando que sea potenciado y enriquecido, para que el camino de la
reconstrucción del país se asegure y sea una realidad. El proceso de refrendación, concebido en la
agenda de La Habana, es sin duda un primer paso
y una excelente oportunidad para que las aguas
empiecen a caminar hacia la orilla del amor y no
hacia las orillas del miedo, según la metáfora propuesta por Lederach. Dicho de otra manera, hacer sostenible un proceso largo y difícil, que desde
el asentamiento de la democracia, como la mejor
forma civilista de relacionarnos y de ocuparnos
de lo común, permita ir desbrozando el camino
de no retorno a prácticas violentas y de asegurar
paso a paso ese cambio social constructivo al cual
se hizo referencia antes. Los conflictos urbanos y un cambio en la concepción y en la construcción de políticas públicas en seguridad ciudadana. El carácter parcial
de las negociaciones que se llevan a cabo en La
Habana lo está determinando el hecho de que
éstas no se ocupan, por lo menos de manera directa, de las violencias que se desenvuelven en la
mayoría de los centros urbanos y en los mismos
espacios rurales en los cuales se desarrolló el paramilitarismo de los 90 y que en la actualidad explican el grueso de las violaciones a los derechos
humanos, expresadas, entre otros, en homicidios,
secuestro, desplazamiento, reclutamiento forzado, desapariciones, extorsión y violencia sexual.
Estas violencias, tienen como actor la brutal mixtura
paramilitarismo-narcotráfico-insurgencia,
reconfiguración ocurrida después de la fraudu- 4. 80 81 lenta negociación con las AUC, la cual se concreta orgánicamente en las complejas estructuras de
corte mafioso que operan en la casi totalidad del
territorio nacional. Estas estructuras, que funcionan en red en todas
las escalas territoriales, han diversificado y complejizado su campo de operaciones: contrainsurgencia, micro tráfico, mercado global de narcóticos, inserción en la economía legal (transporte
urbano, mercados barriales, minería18, construcción y mercado habitacional, juegos, ventas ambulantes, prostitución) y en la política, articulados a estructuras partidarias de ultraderecha y a
los poderes en la escala municipal. Este amplio
campo de operaciones se hace posible desde la
lógica de la oferta de protección violenta, que se
impone a la oferta legal estatal, por una situación
de clara desventaja o bien por una expresa connivencia. Esta realidad es lo que impone ponderar los efectos, que en un corto plazo pudiera tener un escenario de post-negociación, en la reducción de los
indicadores de violencia. Esto lo es más, cuando
la política antidrogas, a nivel global y nacional, 18 “Colombia podría verse abocada a una nueva reforma agraria a partir de
una nueva oleada de desposesión violenta y revictimización, a partir de actores globales y nacionales, que ante las necesidades de acumulación, en un
sector como el minero-energético, no dudarían, como se ha indicado, en
comprar seguridad y garantías a quien las ofrezca. La perversa alianza de
sectores de la elite económica, la ultraderecha, capital global, latifundismo,
narcotráfico y actores armados ilegales, podría estarse reeditando para mantener el statu quo en el campo y así, despejar el camino para articularse a
las nuevas necesidades de acumulación”. Los avatares de la paz y la política
minero-energética. José Girón Sierra. Revista CONTROVERSIA. Número
200. Pág.103 81 no ha cambiado y evidencia precarios resultados.
En ello es significativo que las políticas de seguridad, en los ámbitos urbanos, no se muevan del
modelo concebido en el Plan Colombia; allí la
declaratoria de guerra y la búsqueda de objetivos
de alto valor está en el orden del día, basta mirar
al respecto el Plan de Seguridad y Convivencia –
PISC de la actual administración de Medellín. Sin embargo,
los componentes de
la agenda
que se discute en la Habana, consignados en el
Acuerdo General para la terminación del conflicto,
sí tocarían de manera indirecta esta guerra, que
como se ha indicado, carga con el mayor peso
en las violaciones de los DDHH, siendo por ello,
el mayor agente generador de violencia. Sólo el
hecho de haber incorporado como uno de los
puntos de la agenda: la solución al problema de
las drogas ilícitas, sobre el cual ya se tiene un
acuerdo concreto, es una señal inequívoca que
se está incidiendo sobre un problema de orden
estructural y, por lo tanto, de un valor nada despreciable en la dinámica de las violencias urbanas, pues abre, entre otras cosas, la posibilidad
de un replanteamiento de la política antidrogas.
No es menos importante al respecto, el punto
referente al desarrollo integral del agro y la implementación de una reforma política que al
rodear de garantías a la participación política,
le dé un empujón a la democracia restringida
existente y, en los ámbitos locales, fortalezca la
legalidad y le cierre espacios a la corrupción y
a actores ilegales que se han beneficiado de las
debilidades del Estado para capturarlo y servirse
de él. 82 83 F. A manera de conclusión: 1. Se está pues, ante la posibilidad de que un proceso de negociación que reviste todas las características de parcialidad, podría tener el carácter de transformar de manera general los factores de violencia y encontrarnos en un escenario
complejo pero prometedor de postconflicto
inédito en la larga historia de tramitación negociada de nuestros conflictos armados. Todo
ello, lo será dependiendo de que en dicho postconflicto se dé el tránsito de la tríada estado
débil-democracia
restringida-contrainsurgencia a la de estado fuerte- democratización
en desarrollo-libertades y derechos. Dicho de
otra manera, el actual proceso de la negociación no es la paz en sentido general pero puede llegar a serlo, pero también si no lo es, nos
estaría colocando a las puertas de un nuevo
ciclo de violencia. De esta manera, un Estado fuerte no está referido
precisamente a la idea de un Estado que pretende imponer el imperio de la ley a condición del
sólo fortalecimiento del aparato coercitivo y por
lo tanto, la militarización de la vida ciudadana.
Se trata de un Estado que se ha hecho fuerte porque se fundamenta en la vigencia y observancia
de los derechos y por el imperio de la civilidad
en la amplia y diversa gama de relacionamientos.
Es de manera resumida, el imperio del Estado de
Derecho como expresión de que el habitante confía en la legalidad y además se considera un actor
fundamental en la protección y desarrollo de esa
legalidad. 83 2. Este escenario de postconflicto tendría el tema
de la seguridad urbana a uno de sus mayores retos pues si bien comparten problemas de orden
estructural, acusa particularidades relacionadas
con el actor violento para cuyo tratamiento no
depende únicamente de las decisiones locales o
nacionales si no que se enfrenta una escala mayor
como la global. Sin embargo, este escenario si podría abocar un
replanteamiento de la concepción que en materia
de seguridad se tiene, inspirada en la estrategia de
seguridad nacional y en el planteamiento contrainsurgente, lo cual permitiría imaginar políticas
que sean congruentes con la complejidad que se
pretende transformar y se supere así, la manera
simplista y poco imaginativa que ha imperado.
Como se ha indicado, el desarrollo de los acuerdos de la Agenda de la Habana, pero de manera
particular lo concerniente a la posibilidad una
nueva política antidrogas en el marco de una política integral al problema de las drogas ilícitas y
la creación de unas condiciones que fortifiquen
nuestra democracia, impactarían y viabilizarían
positivamente los replanteamientos que puedan
hacerse en materia de seguridad, lo cual tendría
positivas consecuencias en
los
indicadores de
violencia ligados a la protección violenta y en las
condiciones que han permitido de manera estructural estas expresiones violentas de los conflictos urbanos. 84 85 Reseñas Bibliográficas 1. Sepúlveda Arroyave Juan Guillermo. 2010 Vivencias
urbanas de paz. Medellín década de los 90. 2. Villarraga Sarmiento Álvaro. Procesos de paz y tránsito de grupos alzados en armas a nuevos movimientos políticos. Revista CONTROVERSIA 200. Año
2014. 3. El postconflicto en Colombia. Coordenadas para
la paz. Juan Diego Garzón Galiano y otros. Bogotá.
2003. Universidad Pontificia Javeriana. 4. Percy Calderón Concha. Teoría de conflictos de Johan Galtung. 5. Revista Semana. Entrevista de María Jimena Duzan a
Daniel Pecault. Mayo 16 de 2014. 6. Lederach, John Paul. La Imaginación de la Moral. El
Arte y el alma de construir. Editorial Norma 2008. 7. Derechos Humanos y Solución de Conflictos. PERSPECTIVAS. Relecturas. Instituto Popular de Capacitación-IPC. 1996. 8. Geoffrey Corry &Patrick Heynes. 2005. Conferencia
sobre “ La Arquitectura del Conflicto. 9. Pérez, Tito Hernando. Conflicto y posconflicto en
Colombia: Una mirada a la política de Seguridad Democrática. 2011. 10. Ugarriza, Juan Esteban. La Dimensión Política del
Posconflicto: Discusiones conceptuales y avances
empíricos. 2012 11. Girón, José. Revista CONTROVERSIA, número 200.
Año 2014 85 87 Retos para la educación
en un posible contexto
de postconflicto político
en Colombia Ángela María Urrego Tovar
Mary Luz Marín Posada Introducción: Pensar en un posible escenario de postconflicto político en Colombia, implica revisar y analizar las tareas que
desde allí emergen en todos los ámbitos de la sociedad.
De manera particular, en este artículo se esbozarán algunas reflexiones sobre varios de los retos que esto supone
en el ámbito educativo, procurando precisar lo que se
entiende por postconflicto y, desde esta concepción, lo
que compete a la nominación de “político”, buscando
establecer algunos aspectos de lo que significaría un fin
a los enfrentamientos entre las FARC y el Estado colombiano y lo que aun quedaría faltando para poder hablar
de construcción de paz en Colombia. En este sentido se
presentan unos antecedentes, que inciden en el análisis
de la posible situación de postconflicto y se hará referencia a este proceso de negociación como una de las etapas
del postconflicto político, quedando con esto señalado
que este es sólo un tipo de conflicto y que sólo se está
avanzando en una de las etapas en lo concerniente a la
dimensión política del mismo. Avanzando hacia el postconflicto político
en Colombia Abordar el tema del esperado fin del conflicto armado
entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
–FARC y el Estado colombiano, lleva en primera instancia y de manera necesaria a la tarea de dimensionar la
categoría postconflicto, además pone de plano la dificultad de poder nominar de esta manera el proceso que se
está llevando a cabo en La Habana, pues se debe partir
de que la negociación que se espera lograr no significará
el fin de todas las dimensiones del conflicto armado ni
mucho menos del cese de la violencia en nuestro país. 88 89 Para definir el concepto de postconflicto, Ugarriza (2013.
p.145), retoma los planteamientos de Galtung (1975),
Boutros-Ghali (1992), Chetail (2009), Rettberg (2003 y
2012), y plantea que éste se entiende como la terminación del conflicto, bien sea por medio de la negociación,
de la victoria militar o de otras formas de lograrlo. De
acuerdo con esto, el fin del conflicto armado entre las
FARC y el Estado colombiano no debe entenderse como
la victoria o el fracaso de uno u otro actor, pues es por
medio de un proceso de diálogo que nos estamos aproximando a una salida negociada de un conflicto armado
que lleva casi cinco décadas, en las que sería difícil decidir quién o quienes han salido victoriosos, en su momento, o quiénes han perdido. Como complemento, Ugarriza también enuncia que la
construcción de la paz es un reto ineludible del postconflicto, que va unido a su propia definición y que implica fortalecer los acuerdos y buscar los mecanismos y las
estrategias para evitar una recaída en la confrontación
armada, lo cual hace necesario que se revisen las condiciones de esta negociación en el caso de Colombia, pues
para garantizar que no se vuelva a caer en lo mismo se
deben tener en cuenta muchos aspectos que van más allá
del acuerdo que se podría firmar en La Habana. Algunas de las experiencias en América Latina evidencian que para llevar a cabo un proceso de desmovilización y de reinserción en la vida social y política de los
actores armados que firman un pacto, se requieren no
sólo de marcos jurídicos que soporten la clasificación y
priorización de los delitos cometidos y de sus sanciones,
apoyados en unos instrumentos de justicia transicional, además de unas garantías de reinserción a la vida
social, productiva y política de dichos actores, sino que 89 también se requiere recuperar la credibilidad del Estado
como garante del control, la seguridad y el bienestar de
los ciudadanos y esto, a su vez, implica tener en cuenta el
análisis de los factores que desencadenaron el conflicto
al que se pretende dar fin, así como el transcurso que
ha sufrido y los cambios que en dicho conflicto se han
efectuado. En el análisis que hace el investigador Wielandt (2005,
p.8): “El encuentro de un vínculo entre las causas del
conflicto armado y de la situación posconflicto en
Centroamérica tiene que ver con las condiciones
sociales que dieron origen a los conflictos armados en la década de los años setenta y ochenta, y los
problemas que explican la violencia y criminalidad
posconflicto. El problema yace, en consecuencia, en
una continuidad de las causas; o sea, las condiciones sociales, que suscitaron los conflictos se mantienen al término de éstos, y la regulación de las crisis
adquiere otras formas de escape social a través de la
violencia privada criminal”. Esto obliga a pensar en cómo garantizar que los miles
de hombres y mujeres que se reincorporarán a la sociedad civil no serán cooptados por los múltiples grupos
armados que operan desde la ilegalidad y la delincuencia, acrecentando la problemática actual en términos
mayores. Una de las tesis desarrollada en el trabajo de Wielandt, es
que “la deslegitimación de la democracia, producto de
la inseguridad de los ciudadanos, obedece a la tendencia
histórica dada por las condiciones tradicionales de injusticia de las sociedades centroamericanas en cuestión”, 90 91 a lo cual no escapa el caso colombiano, porque el inicio
del enfrentamiento entre los frentes que están en la negociación, al igual que la raíz de muchas de las problemáticas asociadas a las múltiples manifestaciones de la
violencia, la ilegalidad y la delincuencia en nuestro país,
radican en la inequidad y la injusticia social. Así, hablar de la construcción de la paz en el caso Colombiano y que ésta sea duradera y estable, como lo
plantea el Marco Jurídico para la Paz, obliga a establecer las múltiples relaciones que se han desprendido de
la tensión inicial que dio origen al enfrentamiento armado y buscar los mecanismos para que no se repita.
Pero esta es una tarea bastante ardua, porque primero
que todo es necesario entender que las FARC no son
el único grupo armado que protagoniza actos bélicos,
ni son los únicos que agencian la violencia en nuestro
país y por tanto no se puede hacer una generalización,
aludiendo a este proceso de negociación abiertamente
como si se tratase del fin del conflicto armado, pues
la sociedad colombiana ha tenido que afrontar poderes violentos que van desde los grupos insurgentes, los
grandes capos del narcotráfico, los paramilitares, hasta
la propia fuerza pública del Estado; todos se han visto
involucrados en episodios nefastos para el país y han
contribuido a que se naturalice la guerra y la muerte
como opciones válidas para acceder a formas de poder
y control, lo cual ha significado, entre otras cosas, que
muchos colombianos tengan una creciente incredulidad en el Estado como garante de derechos y como
fuerza legítima. Consecuentemente es necesario reconocer que la guerra que se ha librado y se libra entre los distintos actores
armados que tienen vigencia en el país, ha significado 91 cifras interminables de muertes, de genocidios, de torturas, de vejámenes en los que todos los actores armados han sido responsables de afectaciones a la población civil, lo cual implica tener en cuenta a los millones
de víctimas que ha cobrado la guerra y los concernientes procesos de reparación, restitución y garantía de no
repetición respectivos. Por tanto, en Colombia, hablar
de postconflicto político implica, en primera instancia,
analizar la deslegitimidad del Estado frente a gran parte de la sociedad, así como la pérdida de credibilidad
en la solución armada para llegar al poder y para cambiar unas condiciones económicas, sociales, políticas y
culturales, que van en detrimento de una vida digna
para millones de colombianos, además pone grandes
retos en lo relacionado a la construcción de la paz. En
este sentido, asuntos como la atención a las víctimas;
los procesos de verdad, justicia y reparación; y la reinserción de los miembros de los grupos desmovilizados; tendrán que ser objeto de grandes esfuerzos por
parte del Estado y de la sociedad para que esa paz sea
real. Adicionalmente se tendrán que producir cambios
drásticos en lo estructural, relacionados con el sistema económico, político y cultural que sigue generando
enormes brechas sociales. Proceso de paz de la Habana: El proceso de diálogo entre las FARC y el Gobierno colombiano que se adelanta en La Habana, es un paso muy
importante para comenzar a construir un ambiente de
paz en Colombia, sin embargo, aunque necesario y vital,
es sólo un paso; porque son múltiples las líneas que se
cruzan en el complejo panorama que ofrece el conflicto
social y las violencias que de este se desprenden. Pero
como lo plantea Ugarriza (op cit.), “los retos políticos 92 93 del postconflicto no se limitan a la atención específica a
victimarios y su relación con las víctimas, sino que implican reconstituir la relación política de estos grupos
con el resto de la sociedad”. Así, este proceso de negociación se podría entender como una etapa de postconflicto político, pero sólo si se tiene en cuenta lo que plantea Ugarriza (op cit, p.156) al respecto: “Una evaluación
completa de la dimensión política del postconflicto implica el desarrollo de herramientas de medición y análisis de sus componentes en los niveles sistémico, grupal
e individual”, además añade que hay estudios sobre lo
relacionado a los análisis sistémicos y grupales, pero advierte que “existe un claro vacío sobre cómo abordar el
nivel individual de manera empírica” y adicionalmente
plantea que es necesario tener en cuenta la reintegración
política, la reconciliación política y la participación ciudadana, como retos fundamentales para las sociedades
en postconflicto. De esta manera, ponerle fin a una confrontación que le
ha costado a Colombia no sólo innumerables muertes,
sino indecibles experiencias de horror que han vivido
miles de personas, más los padecimientos que han sufrido generaciones enteras que crecieron en un ambiente
cada vez más enrarecido por los efectos de la guerra y
sus subsiguientes consecuencias en la configuración de
unas concepciones, valoraciones y posturas morales que
validan la violencia como mecanismo de control y dominación, todo esto, sin entrar en detalle sobre los costos
monetarios que han desangrado el erario público con la
inversión de los miles de millones que se han tributado
para sostener la guerra, ponen de manifiesto que esta
es una tarea bastante compleja, porque no se trata sólo
del cese al fuego cruzado sino del restablecimiento de la
legitimidad del Estado y de la búsqueda de su estabili- 93 dad. Lo cual está directamente relacionado con los niveles sistémico, grupal e individual, que plantea el trabajo
realizado por Ugarriza (op cit) y que hacen referencia a
lo siguiente: En el nivel sistémico, una democracia profunda o
de calidad se refiere a un sistema político eficiente y
capaz de proveer servicios básicos a los ciudadanos
(PNUD e IDEA 2009). En el nivel grupal significa la
existencia de una ciudadanía organizada, comprometida, responsable y empoderada, capaz de cuidar
y promover sus derechos sociales y políticos mediante mecanismos de participación democrática
(Departamento Nacional de Planeación 2010). En
el nivel individual, la idea de profundización de la
democracia en el postconflicto implica la apropiación personal de una visión ideal de ciudadanía y
su puesta en práctica con independencia de la pertenencia, o no, a colectivos organizados. Hasta aquí se han mencionado sólo algunos de los aspectos que se deben tener en cuenta para considerar
como urgente e imprescindible la construcción de unos
acuerdos, que permitan avizorar nuevos escenarios democráticos en la búsqueda de la tan anhelada paz en
Colombia. No obstante, es fundamental considerar que
este es un proceso que representa indudables beneficios
para toda la sociedad colombiana, los cuales deben ser
capitalizados para continuar con la ardua tarea de construir la paz en el país y tener claro que para el logro de
este reto, ahora más que nunca, se requiere la participación de todos los ciudadanos de a pie, que estamos
llamados a estar muy atentos a lo que significa o puede
representar llegar a un fin del conflicto político entre las
FARC y el Estado. 94 95 Otras realidades que se deben considerar
para hablar de construcción de paz En los imaginarios colectivos de los últimos tiempos,
han transitado discursos que apuntan a señalar a las
guerrillas como la fuente primordial de la violencia
en Colombia, uno de estos discursos ha sido el que
abanderó el gobierno de Álvaro Uribe y su política
de Seguridad Democrática, en este mismo plano se
ubican
los discursos paramilitares que pretendían
sustentar la idea de “limpiar” al país de los grupos insurgentes, lo cual, quedó refrendado en la serie televisiva “Los tres caínes” emitida por el canal RCN, en
la que los protagonistas (hermanos Castaño) repiten
incesantemente que su labor es hacer patria, atacando
a sangre y fuego todo lo que huela a izquierda en Colombia. Esto, sin duda, ha servido para que se oculten problemáticas de fondo a partir de focalizar en
los grupos insurgentes el origen y las consecuencias
de la violencia. Entonces, en este orden de idas, sería
ingenuo desconocer situaciones como las referidas a
la manera en que el narcotráfico ha permeado todos
los espacios de la vida nacional. Para ilustrar un poco
este asunto, se retoma un fragmento de una entrevista realizada a Alejandro Gaviria, en la Silla Vacía en
mayo de 2011, en la cual afirma que: “…las ganancias son sustanciales y, sobre todo, están concentradas en pocas manos, lo cual, en conjunto, les da a los narcotraficantes un gran poder
corruptor. Hay en todo esto una suerte de paradoja. El narcotráfico transformó la sociedad y las instituciones colombianas. Disparó la violencia, infiltró
los partidos, corrompió las instituciones, reestructuró la moral, etcétera.” 95 De otro lado, Alejo Vargas, profesor e investigador de
Universidad Nacional de Colombia y director del Grupo
de Investigación en Seguridad y Defensa, plantea que: “La sociedad colombiana y su democracia se encuentran afectadas por los efectos perversos del
narcotráfico y sus actividades relacionadas. El problema de la droga tiene como antecedente fundamental, en el caso colombiano, una estructura de
ilegalidad preexistente. Todos los estudios indican
que las primeras infraestructuras de tráfico de marihuana y cocaína se construyeron a partir de las experiencias acumuladas por organizaciones de contrabandistas durante el siglo XIX y comienzos del
XX. Por supuesto, la debilidad histórica del Estado
colombiano ha desempeñado un papel fundamental. (Vargas, 2010: 159)” También es interesante retomar un fragmento que
cita en su artículo, en el que la fuerza pública reconoce la gran influencia del narcotráfico en la vida política del país. El último número de la Revista Criminalidad, editada por la Policía Nacional, describe de
manera contundente el impacto del narcotráfico en
la democracia: “En la actualidad, el narcotráfico es la mayor amenaza para la institucionalidad y gobernabilidad del
Estado, a partir de la capacidad de corrupción que
ha desarrollado, producto de sus finanzas y la vinculación de los grupos armados ilegales. Así, se ha
constituido en el principal factor de atención para
al Gobierno Colombiano, y especialmente para la
Policía Nacional, como institución que lidera la lucha contra el narcotráfico en el país. (Vargas, 2010:
161)” 96 97 Como puede advertirse, la historia de las últimas décadas del país ha estado permeada por el fenómeno del
narcotráfico, los años 80 fueron significativos en el crecimiento del negocio y los carteles lograron recaudar cifras extraordinarias, que luego sirvieron para comprar
conciencias y fortalecer vínculos con otras fuerzas que
servían de aliados para continuar creciendo de manera
exponencial. Tanto en esta década como en las siguientes se dieron todo tipo de articulaciones, con la clase política y dirigente del país, con militares, la guerrilla, las
autodefensas, lo único que interesaba era conseguir el
fin sin importar los medios ni los socios. En este complejo panorama crecía la demanda por
la seguridad, que el Estado no estaba en condiciones
de ofrecer, así que se configuraron diversas formas de
protección violenta y de empresarios del crimen organizado que acogían en sus filas a cualquier desmovilizado que tuviera experiencia en estrategias de guerra y
en manejo de armas, dando fuerza a la consolidación
de grupos, bandas o combos que han ejercido el control de grandes zonas del territorio nacional y que por
su heterogénea configuración es muy difícil de ubicar
en alguno de los clásicos bandos, pues no son guerrilla, no son milicianos, no son paramilitares, tampoco
son sólo narcotraficantes. La combinación de estos actores en la que el narcotráfico aparece como punto articulador ha cobrado cada vez más fuerza en el país. Al
respecto, la investigadora Ana María Jaramillo (2010,
p. 91), dice que: De acuerdo con los estudios realizados por el
politólogo y analista Juan Carlos Garzón (Garzón 2008), al igual que para el caso de la mafia,
existen unos criterios que permiten definir, y en 97 cierta medida diferenciar, el crimen organizado
de otros fenómenos como el terrorismo y lo que
comúnmente se ha denominado delincuencia común. Ante la evidente ausencia del Estado, los grupos del
crimen organizado han ido legitimando su presencia
en la vida social de las comunidades, que prefieren
acudir a estos actores que a las fuerzas institucionales,
otorgándoles un poder y un control, que aún no se ha
dimensionado en nuestra ciudad. Por ejemplo en algunas comunas de Medellín han disminuido las muertes violentas y se vive un ambiente de tensa calma, que
sus habitantes reconocen como producto de pactos y
negociaciones que se han dado entre los combos que
operan en estos sectores. Unos se han logrado a partir
de la imposición de un grupo sobre otro, debido a su
fuerza y otros a una modalidad de compra de franquicias que se ha llevado a cabo. En la actualidad es innegable el control que estos grupos ejercen en la vida de
las personas, poco a poco han ido ganando legitimidad
ante la comunidad, pues debido al vacío de autoridad
generado por la debilidad del Estado, se erigen como
otra autoridad paralela al Estado que por vía de la fuerza impone reglas, dirime situaciones conflictivas desde
lógicas violentas, e incluso han comenzado a hacer lo
que la comunidad reconoce como un “trabajo social”
que busca regular comportamientos como el maltrato
a las mujeres, el robo en las zonas que “protegen”, la
venta indiscriminada de drogas, entre otros asuntos.
Así, ellos son los que deciden en qué lugar se puede o
no vender, comprar y consumir drogas, qué costo deben pagar los dueños de negocios para ser “protegidos”,
a quién se le debe castigar o amedrentar como lección 98 99 o en su defecto a quién se debe matar por no acogerse
a las reglas que estos grupos imponen. Hoy los niños, niñas y jóvenes están inmersos en un contexto de violencia, siendo cada vez más permeados por
actores violentos, ya que en muchos casos se convierten
en referentes de socialización de los mismos. Las cifras
que presenta la Defensoría del Pueblo en el informe presentado el pasado mes de marzo de 2013, nos reflejan
una situación realmente alarmante: Cerca de 18.500 niños, niñas y adolescentes que habitan las comunas 8, 10, 13 y 16, y los corregimientos San Antonio de Prado y Altavista de Medellín, se
encuentran en situación de riesgo de reclutamiento
forzado y utilización ilícita por estructuras armadas. (Defensoría del Pueblo, 2013) Ellos y ellas habitan en lugares en los que imperan distintas violencias, incluida la violencia armada, donde
grupos ilegales se disputan el poder, y en medio de esta
pugna se cometen actos de barbarie en la cotidianidad
de sus vidas dejando profundas huellas. Por ejemplo
muchos niños y niñas quieren ser como los actores armados para dominar un territorio y ejercer control sobre el resto de habitantes del barrio. En la mayoría de los
casos, la legitimación empieza en la casa, en el escenario
familiar que como ámbito de socialización, por múltiples razones, legitima y naturaliza estos hechos. De esta manera, muchos niños, niñas y jóvenes legitiman la violencia como un bien y justifican la guerra desde el ámbito privado, la cual se materializa en
los juegos, a través de los cuales se proyectan desde ya,
como quiénes podrán poseer armas. En los imaginarios colectivos está presente la connotación de que las 99 armas serán una forma de ser reconocidos/as y temidos/as. También es frecuente que justifiquen la muerte
de alguien que no hace parte de su ámbito privado y
fraternal; que tomen como referente al “malo” de la película y que terminen inclinándose hacia él y admirándolo profundamente. En este sentido se puede inferir
que ellos y ellas establecen una relación simbólica con
los patrones impartidos por la televisión y los medios
en general, lo cual incide en su configuración moral.
Este contacto con los medios y la influencia que se desprende se presenta, en muchas ocasiones, sin contar
con el acompañamiento efectivo de un adulto o alguien
que permita reflexionar en torno a situaciones límite
que se presentan en las reiteradas escenas de contenido
violento, por tanto reciben la información sin pasarla por el tamiz de la reflexividad y la reproducen en
su vida cotidiana, muchas veces invisibilizando al otro
que tienen al frente, desconociéndolo e ignorando la
responsabilidad con los otros. En consecuencia, las condiciones de existencia y posibilidad de niños, niñas y jóvenes que son permeados/
as por un contexto conflictivo, favorecen las acciones de
dominación de los grupos armados hacia ellos, ingresando a un terreno de la obediencia que perfila dichos
sujetos. Comprender que el desarrollo de sentimientos morales hacia la conformación y configuración de valores,
está mediado especialmente por la relación con los
otros significativos, es decir que, los agentes de socialización que participan con el niño, la niña y los
jóvenes en la vida cotidiana y en sus posturas, inciden en que ellos y ellas afiancen unos valores universales o por el contrario mantengan o profundicen la 100 101 ambigüedad frente a los mismos. Igualmente, de los
otros significativos depende que haya un desarrollo
del razonamiento moral que le de soportes o afianzamientos a la apropiación de un determinado valor.
Así, las formas de relación de exclusión; de estigmatizaciones; la cercanía y la lejanía de los otros significativos; las prácticas de ejercicio de la autoridad y de
acogida; las formas culturales de premiar o castigar;
de someter o reconocer, son definitivas en la adopción que hacen los niños y las niñas de modos de ser
o de actuar, en correspondencia con sus valoraciones
del bien o del mal. En correspondencia con lo anterior, si no se desactiva la dinámica de atracción que se ha instalado en
muchos niños, niñas y jóvenes, la lógica de la guerra
permanecerá por generaciones. Por esto es necesario
reiterar que debemos estar atentos para no caer en la
trampa de pensar que los acuerdos de La Habana son el
único proceso que se requiere para lograr la paz, pues
esto significaría desconocer otras realidades que a gritos señalan lo frágil de tal apreciación. En suma, implicaría desconocer que el vacío del Estado como garante
de los derechos de los ciudadanos es cada vez más pronunciado, y que en esto hay asuntos de tipo estructural
que están relacionados directamente con la inequidad,
que se expresa en la pobreza, en la falta de oportunidades, en la desigualdad social de amplios sectores de
la sociedad, y en la ausencia de una cultura política
democrática, los cuales son entre otros, el nicho por
excelencia en el que se incuban muchas formas de violencia y en el que los demás actores armados ilegales
siguen encontrando y cooptando integrantes para sus
incalculables filas. 101 El Estado, las escuelas y el conflicto
armado En nuestro país, el Estado se ha limitado a obedecer los
mandatos impuestos por la ley, dejando restringido el
campo de la política pública; en este caso la política pública educativa. En conversaciones realizadas con algunos directivos docentes, éstos expresan no sentirse parte
del Estado, como se refleja en el siguiente relato: “Sí, el Estado no se compromete… Mire por ejemplo
con el niño que mataron por aquí en el barrio, lo mató
el papá, ni la Comisaría de Familia, ni Bienestar Familiar pudieron con eso. Yo no espero que Secretaría
de Educación me colabore, eso es bobada, uno aquí
tiene que mantenerse preparado, eso aquí es muy verraco”1. En consecuencia, estos directivos empiezan a asumir su
labor como un asunto privado, desde su compromiso y
desde su riesgo, lo cual presenta una fuerte desconexión
de la educación entendida como un asunto público, de
hecho perciben las políticas como algo que no les corresponde y que si lo asumen sería una forma más de
sujeción o dominación de ese Estado del cual “no se sienten parte”. En esta lógica, la institucionalidad no funciona, en el
sentido de que no hay una acción colectiva que permee a
las instituciones escolares para afrontar diversas formas
de violencia que las afectan, entonces todo se reduce a
las acciones individuales heroicas de algunos maestros
o directivos: 1 Registro Entrevista Directivo Docente de una Institución Educativa de la
ciudad de Medellín. Junio de 2012. 102 103 “Los estudiantes y los combos mandan, si es de
bandita o sea los dueños, los estudiantes que ya sabemos, los que tienen vínculos con los de afuera.
Los profesores sí copian de los grupos armados, se
ve como si el colegio estuviera abandonado”2 Hay unos desplazamientos de la autoridad por distintas
razones, poniendo de manifiesto una gran debilidad por
parte de actores educativos, así como las organizaciones
de la sociedad civil, los sindicatos, los gremios y otras
expresiones sociales y, en consecuencia, al reducir su voz
pública, lo público se vuelve estatal. El liberalismo en el mundo, produjo un desencanto y
una des-soberanización del Estado. “Esa desilusión, por
merecida que haya sido, quita toda base popular de los
estados y anula efectivamente cualquier razón por la que
sus poblaciones deberían tolerar la continua y creciente
polarización de nuestro sistema mundial” (Wallerstein,
2007: 6), produciendo la sensación de asumirse cooptados por una fuerza extrema conservadora proteccionista
privada, como lo plantea Wallerstein (op cit: 23): “Eso fue lo que hizo el estado liberal plausible y
aceptable como estructura política. Actualmente el
mundo ha perdido esa fe, y con ella perdió su estabilizador esencial. Esa pérdida de fe en la reforma
inevitable es lo que explica el gran viraje en contra
del estado que vemos por todas partes hoy.” Si los actores educativos dejan el umbral de posibilidades dentro de la acción pública en un estado límbico, dicho vacío ¿quién lo estará ocupando? ¿En qué lugar queda la autoridad legal? ¿Quién entra a reemplazarla? Estas 2 Registro Grupo focal a estudiantes de una Institución Educativa de la ciudad de Medellín. Mayo de 2013. 103 preguntas se hacen en un escenario en el que abunda
la extorsión, el micro tráfico de drogas y de armas, la
territorialización de algunos espacios, las amenazas y algunas otras situaciones de violencia que se extienden de
los barrios, a las paredes y espacios de las instituciones
educativas. “Se expresa en un desprecio cada vez más por los
procesos legales y de hecho en el aumento de la delincuencia como forma de protesta. La política de
ese anti estatismo es acumulativa. Las poblaciones
se quejan que la seguridad es inadecuada y empiezan a devolver las funciones de seguridad a manos
privadas” (Wallerstein, op cit: 53).” En algunas instituciones educativas, los referentes y expectativas de justicia están puestos en la autoridad ilegal,
es decir en actores que ocupan el lugar que deja la condición de “orfandad estatal”, entonces, los ciudadanos
plantean que “toca defenderse”, porque en muchos casos
ninguna autoridad legal es ejercida en la escuela o el barrio y en ocasiones los actores ilegales ocupan el lugar de
la autoridad hasta en las mismas familias: “En mi casa hay tienda, y cobran la vacuna. En estos
días habían unos pelaos que se iban a joder, a fumar
marihuana, a pegarle al perro. Y mi mamá le puso
la queja a los que cobraban la vacuna y entonces los
cascaron, y se volvieron todos unos señores… ellos
tienen sus métodos de investigación también, ellos
advierten y si vuelven a colocarles la queja lo pegan
y si no, no, eso depende del problema, del que mande y de la persona que ponga la queja, por mi casa
primero le advierten y le dan otra oportunidad”3. 3 Registro grupo focal a estudiantes de una Institución Educativa de la ciudad
de Medellín, junio de 2012. 104 105 Estas situaciones legitiman las prácticas de autodefensa social y de una cultura de la ilegalidad que cada vez
gana más poder y autoridad en el plano de los distintos
escenarios públicos y privados. Lo que viven las escuelas a diario contrasta con la respuesta estatal de política
educativa municipal, pues como se evidencia en el documento “Horizonte de trabajo para la implementación
de la Ruta de Calidad”, suministrado por la Secretaría de
Educación de Medellín y en la presentación del “Decálogo de Calidad” (2013), hay un énfasis en la investigación,
en el mejoramiento de la calidad a partir de las olimpiadas del conocimiento y en las pruebas saber, en la infraestructura entre otros aspectos, pero no hay ninguna
alusión directa a las afectaciones de la violencia armada
a las instituciones educativas; y en el componente del
Decálogo de Calidad que se denomina “Escuelas para la
vida”, que es el que contempla unas líneas estratégicas
como son la protección y la prevención, en las líneas de
acción tampoco visibiliza directamente la intensión de
atender dicha problemática. Adicionalmente, el presupuesto asignado para este componente es de 400 millones de pesos para atender a 402 sedes que tiene la ciudad, mientras que el presupuesto general del programa
Medellín Multilingüe es de $5.370 millones. Frente a una concepción legalista y estatista de las políticas públicas, es necesario asumir las políticas educativas
en el marco de los derechos humanos, especialmente si
estamos hablando de afectaciones al derecho a la educación por la violencia armada. Por tanto, en un eventual contexto del postconflicto, es necesario desarrollar
acciones públicas, que contemplen programas y líneas
de acción específicas en este sentido; acciones que partan de una comprensión estructural del problema y que 105 posibiliten a las instituciones educativas contar con las
herramientas, las rutas y el acompañamiento específico
para que puedan asumirse como corresponsables de dicho problema, en tanto actores sociales y responsables
públicos. La educación política: un camino para
la construcción de una paz legítima y
duradera en Colombia Hasta aquí se han planteado algunos elementos que ponen de manifiesto la necesidad de revisar críticamente
los discursos que se están poniendo en juego para referirse al proceso de postconflicto y la construcción de
la paz en Colombia, como ya se ha mencionado son
muchos los cuidados que se deben tener en las generalizaciones, pero también son muchos los retos que este
posible escenario nos pone a los colombianos, aun entendiéndolo como una etapa del largo proceso que nos
esperaría a partir de la firma de los acuerdos entre las
FARC y el Gobierno nacional. Uno de estos retos es la educación, parafraseando a Paulo Freire, “la educación no lo es todo, pero sin educación nada es posible”, por esto, partiendo de reconocer
su importancia, se esbozarán algunas ideas acerca de los
aspectos que tendrían que ser considerados para que
desde el ámbito educativo se pueda contribuir a la construcción de la paz en Colombia: Formar sujetos críticos y reflexivos, ciudadanos responsables y con una participación efectiva en la vida
política, social y cultural del país: Este es uno de los
objetivos fundamentales de la educación en Colombia,
pero esto es algo que se ha mirado más desde postulados 106 107 cognitivistas y desde acciones puntuales que promueven
ciertos tipos de participación, que desde concepciones
y perspectivas críticas, en las que la escuela sea considerada como un escenario de encuentro en el que es
necesario reconocer, pensar y analizar el contexto, tanto
inmediato como el general en el que se vive, para poder
oponerse a las lógicas de dominación y de imposición de
una cultura que desconoce los derechos humanos como
base incuestionable para construir escenarios de convivencia pacífica. En este mismo sentido, asociar la capacidad crítica y reflexiva con la lectura del ser y del lugar
que ocupa en el mundo, (de un ser que es siendo); con
una perspectiva política que incluya la lectura crítica del
orden socioeconómico y de las relaciones de poder en la
vida cotidiana que permitan repensar la sociedad desde
el desarrollo humano, a diferencia de las visiones que se
asocian a la productividad y a la innovación, en las que
se propugna por un pensamiento creativo y transformador de las realidades humanas. Proyectos educativos desde la conciencia histórica: Se
requiere la implementación de proyectos educativos que
apunten a la construcción de una memoria histórica, que
permita a los y las estudiantes la toma de consciencia de
los procesos históricos, (sociales, culturales, económicos
y políticos) que están en la base de la sociedad actual y
que, desde ahí, ellos y ellas puedan reconocerse como
sujetos históricos que tienen la maravillosa posibilidad
de transformar la historia y por tanto de construir otras
nuevas realidades más justas y equitativas, pero para
esto se requiere que maestros y maestras tengan a su vez
la posibilidad de construir dicha consciencia histórica. Generar vínculos seguros en la red social y en la red
escolar: La superación de las afectaciones del conflicto 107 armado a la escuela y el desarrollo de una educación política democrática, debe partir del reconocimiento de los
y las estudiantes como sujetos de derechos. Esto no es
posible sin el fortalecimiento del tejido social y comunitario, de la articulación de la escuela con las organizaciones de base comunitaria y social que generen circuitos
de protección y de producción de nuevas posibilidades
y oportunidades para los niños, niñas y jóvenes. Lo anterior supone tanto una democratización al interior de
la escuela como una apertura a otros sectores de la sociedad y a las comunidades de su entorno, en procura
de constituir espacios protectores frente a las diversas
formas de violencia. Formar en competencias para tramitar los conflictos:
No se trata de pretender erradicar el conflicto de las relaciones interpersonales, pues éste es inherente a ellas,
sino de enseñar y aprender mecanismos que basados en
los derechos humanos, permitan tramitarlo por medio
del diálogo, el establecimiento de acuerdos y de consensos en los que prime el respeto y la dignidad del otro y
la otra con quienes se entra en una situación conflictiva.
Pero esto va más allá de enseñar competencias ciudadanas en unas clases particulares, porque pensar en educar
en y para la paz en nuestros contextos nos pone ante
la tarea de reconocer, identificar, nombrar, visibilizar las
diferentes formas en las que la violencia se ha instaurado
como vía legítima para abordar los conflictos, en indagar por las maneras en que esto influye en la configuración de posicionamientos morales en los que los sujetos
presentan ambivalencias, porque hay situaciones en las
que la “justicia” o el “bien” se asumen de manera privada
y entonces la muerte, el señalamiento, la amenaza, la intimidación se validan y reconocen como legítimas en un 108 109 medio en el que la sobrevivencia es crucial, “es el otro/a
o soy yo”. Cuando se trata del aprendizaje de habilidades para la tramitación de conflictos, se deben tener en
cuenta también aspectos emocionales, sociales y comunicativos, además de contenidos políticos que permitan
a los sujetos ser actores de la transformación creativa de
los conflictos. Deconstruir los imaginarios colectivos e individuales:
frente a las representaciones del poder, la autoridad, la
seguridad, la manera de resolver los conflictos, las formas de ejercer la ciudadanía, de la política y lo político
y la manera en la que se concibe al otro y la otra, entre
muchos otros, porque se requiere reconstruir el sentido
de la esfera pública, del reconocimiento de la pluralidad
humana, del sentido crítico frente a las relaciones de poder y de saber, para poder resistirse ante las lógicas que
imponen las fuerzas de los violentos y para encontrar
caminos posibles en la construcción conjunta de la paz. La formación en las facultades de educación: Es necesario replantear los currículos universitarios que se
ofertan para la formación de los maestros y maestras. En
estos será indispensable construir una mirada trans-disciplinar, que permita a los educadores comprender las
dinámicas sociales para poder intervenir en ellas con
pertinencia. Implica ir más allá de las asignaturas propias de su área disciplinar. De otro lado se tendrá que
considerar la inclusión de temáticas y metodologías que
permitan la adquisición, implementación y desarrollo
de herramientas para abordar las diferentes realidades
que viven día a día los maestros y maestras de nuestras
instituciones educativas, esto es formarlos en una lectura crítica de los contextos, en derechos humanos, en
mecanismos de tramitación de conflictos, en protocolos 109 de seguridad, en prevención del reclutamiento de NNJ,
entre otros aspectos, porque la mayoría de los docentes
se encuentran abocados a un sinnúmero de situaciones
que están relacionadas con estos asuntos y ante los cuales se sienten ahogados y desbordados, en parte porque
carecen de estrategias para afrontarlos. El sistema educativo debe responder a las necesidades
del contexto: un reto en este sentido es cerrar la brecha
entre el Estado y las comunidades educativas, construir
relaciones de confianza y cooperación para el desarrollo
de las políticas educativas que apunten a la construcción
de una cultura política democrática y de paz, superando
el extrañamiento y la orfandad que especialmente docentes y directivos han sentido frente a los responsables
estatales a raíz de las situaciones de riesgo y amenaza
generados por los actores armados. Finalmente, es necesario decir que el camino para construir la paz es largo y que requiere de un proceso de
reconciliación profundo, que no sólo implica a los victimarios y a las víctimas, no es un asunto que sólo les
compete a quienes han participado directamente en el
conflicto armado, porque todos los colombianos tendremos que asumir esta tarea como propia, y debemos ser
conscientes de que los diálogos de La Habana representan sólo una etapa de las que debe contener el proceso,
sin olvidar que la verdad, la justicia y la reparación y la
garantía de no repetición son partes constitutivas esenciales para poder llegar a la reconciliación. Además será
necesario entenderla como un proceso que alude a la reconstrucción del tejido social y al restablecimiento de
las relaciones sociales basadas en los derechos humanos
como fundamento central de la convivencia pacífica. 110 111 Referencias bibliográficas: Jaramillo S, A. Cómo explicar el fenómeno de la violencia urbana en la subregión del Valle de Aburrá (Antioquia), 2003-2009. Controversia N.195, diciembre
2010 p. 74-109 Peters, Guy. (1999:357). La política de la burocracia,
FCE, Mexico. Ugarriza, J. E. ( 2013). La dimensión política del postconflicto: discusiones conceptuales y avances empíricos. Colombia Internacional 77, , 141-176. Vargas, A. La influencia de los poderes ilegales en la política colombiana. Nueva Sociedad No 225, enero-febrero de 2010, ISSN: 0251-3552, tomado de: <www.
nuso.org>. Wallerstein, Immanuel. Conocer el mundo, saber el
mundo. El fin de lo aprendido: Una ciencia social
para el siglo XXI. Siglo XXI Editores. España. 2007. Wielandt, G. (2005). Hacia la construcción de lecciones
de postconflicto en América Latina y el Caribe. Una
mirada a la violencia juvenil en Centroamérica. CEPAL - SERIE Políticas sociales N.115 , 62. La silla vacía. Entrevista de Juanita León a Alejandro Gaviria. 15 de mayo, 2011 Horizonte de trabajo para la implementación de la Ruta
de Calidad” y “Decálogo de Calidad” (2013). Documentos de trabajo 111 113 Padrinos y mercaderes
de violencias en Medellín1 Jairo Bedoya Carvajal
MPHIL University of Bradford
Investigador IPC
Blog: http://jairbed.blogspot.com 1 Ponencia presentada en diciembre de 2013 en el Panel: Enfoques sobre seguridad. IPC y Vice alcaldía de Seguridad del Municipio de Medellín. Diciembre 11 de 2013. Al decir de Reuter (1985) la diferenciación del fenómeno del poder frente al fenómeno del mercado
presente en la criminalidad es imprescindible hacerla en las sociedades infectadas o afectadas por
grupos tipo-mafia, como sucede en Medellín. La
Oficina colombiana de las Naciones Unidas contra
la droga y el delito UNODOC acaba de presentar a
la Alcaldía de la ciudad una auditoria que explora
la propuesta de lectura que presenté en mi libro en
2009 publicado por Confiar y el IPC, que para el
caso podría leerse como aplicación del enfoque en
mención y sobre el cual profundizo ahora algunos
aspectos. El enfoque Sin pretender explicar todo el proceso de violencias que
nos afectan, las cruentas y las más imperceptibles como
el reclutamiento forzado, la violencia sexual, social o
infantil, y tal vez ofreciendo otro tipo de entrada a su
análisis se propone este abordaje de dos fenómenos que
están incidiendo de manera determinante en la (in) securitización (Bigo 2008) de Medellín. Para avanzar en la
clarificación de lo que sucede con la criminalidad organizada que afecta a la ciudad con un mercado territorial
de violencia que va más allá de los llamados eslabones
del tráfico, de las “ollas” –expendios de drogas ilícitas- y
del consumo de drogas sicotrópicas, y fundamentar así
en donde reside la excepcionalidad de la violencia en
Medellín, es fundamental de una parte diferenciar poder
y mercado criminal, para luego desentrañar la particularidad del fenómeno en la ciudad. Estos serán los dos
temas que se abordaran a continuación. Una respuesta común, reiterada y fracasada a los peligros
entramados por la violencia organizada había sido – y 114 115 por desgracia lo sigue siendo- focalizarse en los miembros y líderes de las bandas barriales a su servicio (Gómez Martínez et al. Gugliotta 1990, 1991), pues dicha
persecución policial y judicial fragmentada, usualmente
militarista y cortoplacista sigue dejando casi intactas las
fuentes del negocio, negando el fenómeno empresarial
que las explota y la inserción de toda esa violencia organizada dentro de la economía legal local y trasnacional.
La vigente política del Gobierno Santos contra las bandas en los barrios populares orienta para esta ciudad es
“más de lo mismo” (El Espectador 26 mayo 2011). De
fondo reside la visión que visibiliza la seguridad solo
por el control de la “violencia homicida” cuando de más
en más el crimen organizado tiende a reducir los costos
de su operación no produciendo violencia cruenta en la
medida que para los empresarios de violencia “el homicidio es un error de mercado” (Daza 2013). El fenómeno de la protección violenta, que consiste en
la imposición de extorsión continua por parte del crimen organizado, sobre la base, real o imaginaria, de la
venta de protección, apareció en la otrora primera ciudad industrial del país hacia los años 90´s (Bedoya C.
2010). Esta práctica criminal, que ha desplegado desde
su origen innovadoras facetas con referencia al ya estudiado por Gambetta en Sicilia, se renueva exigiendo de
la investigación nuevas precisiones pero sin abandonar
su característica central de apropiación violenta de la seguridad pública2. La protección forzada es un fenómeno nacional en varios países pero su componente paisa 2 Desgraciadamente solo existe en español la traducción del primer trabajo de
Diego Gambetta escrito en 1986 –La Mafia Siciliana- y su exclusiva lectura
puede llevar a quienes no tengan acceso a la enorme producción investigativa existente en el mundo a considerar que el fenómeno de la ciudad es
sui-generis. 115 es su conversión en mercado. Es un negocio, una nueva
rama industrial que no se circunscribe exclusivamente
al tráfico de drogas. 1. Mafias con poder
y traficantes con mercado Contrario a la imagen clásica de las mafias, son ellas
protectores violentos en primer lugar, y sólo secundario es su papel como narcotraficantes, traficantes de armas, contrabandistas, lavadores de dinero, prestamistas
usureros, etc. El término ‘narcotraficantes’ fue dado a la
industria de sicotrópicos de consumo ilícito por el gobierno de Richard Nixon en 1971, y exportado a escala
planetaria en 1982 por el gobierno de Ronald Reagan.
La prohibición del consumo de sustancias psicoactivas
(Restrepo 1991:24) se transformó así en una “guerra
contra las drogas, reduciendo el tema de la mafia a una
conspiración extranjera contra los Estados Unidos”, un
monopolio criminal externo a la sociedad, que socava
su riqueza (Beare y Taylor 1999:8), con la no tan casual
confusión de coca y cocaína (Tovar Pinzon 1999:48)3.
Esta tradicional interpretación estadounidense del tráfico de drogas como un asunto de “seguridad nacional”, generado por un extraño invasor o “alien” llamado
drug-trafficking no provee una precisa y completa mirada para entender cabalmente los grupos tipo-mafia y 3 Con la asociación de los sectores sociales tan dispares como los campesinos,
colonos y comunidades indígenas con los grandes traficantes, los banqueros y los productores de sustancias químicas (García, Martha y Betancor,
Darío 1994:292.Narcotráfico e Historia de la Mafia Colombiana. Bogota,
Cinep-Apep) algunos investigadores y responsables políticos han perdido de
vista la verdadera naturaleza de la violencia en países productores de drogas,
acarreando de paso una serie de cuestionadas implicaciones en la creación
de políticas destinadas a hacer frente a las actividades de la mafia y en la
agudización de la dependencia del Sur sobre el Norte. 116 117 la violencia asociada con ellos. La mafia debe más bien
entenderse como “un conjunto de empresas que prestan
servicios extra-estatales de protección a los consumidores, de manera principal pero no exclusiva al sector del
mercado ilegal”(Hill 2003:5). Block (1983,130) propone la figura de un continuum
entre los grupos que ejercen violencia por encargo y los
que explotan comercial o industrialmente un negocio
criminal o actividad económica ilegal, los primeros que
a falta de un nombre más apropiado aceptamos seguir
llamando grupos tipo-mafia (Block 1983:129) o mejor
aún protectores violentos y los segundos traficantes de
droga y de sus precursores, traficantes de armas, reducidores de objetos valiosos robados (carros, obras de arte,
piedras preciosas, etc.), Son grupos que “vienen y van,
ascienden y de la misma manera caen, lo que hace más
difícil su clasificación”. Hay incluso momentos en los
que algunos grupos pueden mostrar características de
ambas especies al mismo tiempo. Teniendo en cuenta
esta complejidad, se debe dudar poco que “puedan y deban ser considerados bien como Carteles empresariales
o Carteles de fuerza, dependiendo primero de la esfera
en la que participen y en segundo lugar del uso de tácticas de extorsión”(Block 1983,131). Existe así una combinación y una transición estructural que puede llegar hasta la homogenización entre la
protección violenta como mercancía y la mercancía que
es protegida a través de la violencia. Esto es particularmente cierto en el globalizado mundo del comercio de
drogas de consumo ilícito que demanda de manera creciente el uso de sistemas “híbridos” y “redes de negocios”
(Atehortua 2006,50). Krauthausen (1998,157) establece una diferencia entre mafia y comercio de drogas sin 117 perder de vista siempre que las fronteras entre padrinos
y mercaderes son bastante fluidas. El señala que ambos
“son fenómenos de crimen organizado que aparecen en
escenarios diferentes: mientras que los narcotraficantes se
ocupan de la producción y comercialización de bienes y
servicios ilegales, los mafiosos se especializan en el ejercicio
ilegal del poder, en la protección y la extorsión”. Sin embargo el hecho de que el “poder” tenga diferente
significado para los protectores violentos y para los traficantes de droga marca una diferencia cualitativa básica
entre un dominio y el otro pese a su eventual combinación, transición del uno al otro y, aun, su fusión en una
sola estructura. Aún más, instrumentalmente hablando,
un extremo del continuum puede ser difícilmente distinguido del otro. “Mientras que el control territorial de la
mafia está orientado generalmente a apropiarse de todos
los recursos posibles que circulan en su área de influencia,
el de los narcotraficantes sirve más bien para asegurar un
flujo de recursos económicos que se origina en otra parte”
(Krauthaussen 1998,160). La estructura organizativa de ambos campos tiene acentos diferentes, en el sentido de que los protectores violentos se organizan como lo exige el ejercicio ilegal del
poder requerido por la puesta en práctica de la protección forzada-extorsión y del control territorial que se les
asocia: modelo piramidal de dirección político-militar
cerrado, más jerarquizado y con descentralización de la
operatividad en redes aparentemente autónomas pero
imbuidas de la misma lógica. Del lado de los mercaderes
su estructura organizativa está orientada, por el contrario, a la eficiencia en la producción y comercialización
de los mercados ilegales, dotándose en el caso del tráfico
de drogas por ejemplo, de grupos funcionales pequeños, 118 119 de cohesión laxa y poco formalizada pero de obediencia
absoluta (Krauthaussen 1998,24,246). Aunque narcotraficantes y grupos tipo mafia pueden cada uno desempeñar funciones de mercado en el primer caso y de poder en el segundo, sus estructuras organizativas estarán
caracterizadas por el dominio que privilegien. Igualmente, operando más como indicador que como
característica, la intensidad de la persecución estatal varía usualmente a favor de la mafia, más aun en países
como Colombia donde el Estado actúa bajo la lupa y la
presión estadounidense, y cuyo interés se cifra en el tráfico de drogas, no en la violencia que produce la mafia
asociada al comercio de drogas en el lugar de su procesamiento. No todos los protectores violentos se desempeñan ampliamente en el campo de la protección, pues hay algunos de ellos limitados a la protección del campo específico de mercado ilegal donde se desempeñan, como
puede suceder con los grupos tipo-mafia ligados al traficante de armas, de obras de arte, de niños y de mujeres etc. Tampoco todos los protectores violentos son
comerciante de productos ilícitos, como se muestra claramente en el caso de las milicias vecinales de Medellín,
las cuales no se aplicaron a proteger algún comercio ilegal, ni todos los protectores son narcotraficantes como
sucede en el caso de algunas bandas de motociclistas en
Norteamérica. Un traficante de drogas que se vincula al
contrabando de equipos electrónicos de alta calidad es
simplemente un contrabandista. Un traficante de narcóticos que recibe pagos de otros contrabandistas con el
propósito de protegerlos, sea de él mismo o de la extorsión de otros criminales, es un protector violento. De la
misma manera, un traficante de alucinógenos que posee 119 un negocio de chance o de lotería es para este caso simplemente un propietario de chance o de lotería. Cuando siendo chancero o lotero o no siéndolo, se aplica a
proteger a chanceros y loteros, se verá involucrado en
una actividad de protección violenta que en inglés se
denomina racket. Los protectores del tráfico de drogas
o de un mercado ilegal, son un peculiar espécimen del
crimen organizado especializado en producir, promover
y vender una mercancía intangible: protección legal o
ilegal de grupos e individuos “pobremente protegidos por
el Estado” (Varese 2001:5)4. Su función es ambivalente como lo es la protección en
sí. De un lado, protector significa salvaguarda de alguien
frente al daño y la perturbación. Del otro, esta protección significa extorsión, extracción de tributos pagados
bajo la amenaza de la coerción. Son los dos contrastantes tonos de la protección: al decir de Tilly, “uno es
confortante, el otro ominoso”. La palabra ‘protección’ y
aún más, ‘protección violenta’, suena como un servicio
y al mismo tiempo parece un mal que debe ser evitado.
“Con un tono, `protección` allega imágenes de un refugio”, un seguro, un techo contra un peligro presentado
por un poderoso enemigo. “Con el otro, evoca el racket,
en el cual un fuerte vecino fuerza a comerciantes a pagar
tributo para evitar un daño, daño que el mismo fuerte vecino amenaza con enviar”(Tilly 1985;170). Aunque los
protectores violentos son parásitos, se originan en particulares condiciones sociales. Aun en el ejercicio de la 4 Como es lógico suponer, este requerimiento es común en la región y no solo
en Colombia, entre contrabandistas, usureros, jugadores de azar y prisioneros; también entre venteros callejeros, venteros en plazas de víveres minoristas y mayoristas, políticos corruptos, agentes de lobby, etc. Es decir, todos
aquellos que requieren protección pero no tienen o no pueden acogerse a la
protección del Estado 120 121 protección legalmente establecida, quienes proveen protección (soldados, policías y reguladores de seguridad)
pueden usar, y de hecho usan, su poder de extracción
en mayor escala que los mismos ladrones y bandidos
que persiguen. De la misma manera, los proveedores de
seguridad pueden desestabilizar sus gobiernos (Konrad
and Skaperdas 1998:461-77). Discutiendo el dilema “extorsión-protección”, Charles Tilly establece la diferencia entre dos tipos de protectores:
“Alguien que produce ambos, el peligro y, por el mismo
precio, el escudo contra éste, es un racketeer. Alguien que
provee un necesario escudo pero tiene poco control sobre el
surgimiento del peligro, califica como un protector legítimo, especialmente si su precio no es más alto que el de sus
competidores” (1985:173). Tal vez la característica más determinante de un protector violento, además de su condición de empresario, es
su habilidad para invocar amenazas creíbles de violencia
contra un amplio espectro de personas y organizaciones
“en una forma que les permite evitar ser aprehendidos y
protegerse a sí mismos contra la retaliación” (Reuter 1985:
52). No todo lo que hacen estos grupos es protección violenta. Lo que constituye protección violenta es el uso de su
reputación criminal para controlar las acciones de otros”
(Reuter 1985:52). Son al decir de Charles Tilly (Tilly
2003:26 ss) organizaciones violentas que se concentran
en la protección más que en la destrucción, comisionando a menudo criminales menores y de medio tiempo
para infligir daño en su nombre. Aquí proponemos el
concepto grupos de protección violenta o racket entendiendo por ésta el tipo de protección violenta caracteri- 121 zada por: a) La regularidad con la que la extorsión-tributo o taxage- ocurre; b) La existencia de una amplia
organización, en cuyo nombre el dinero es recolectado y
que sirve como paraguas a los grupos pequeños e individuos; c) Una oferta regularizada de servicios de retorno, imaginarios o reales; d) La explotación de mano de
obra asalariada con trabajadores a sueldo como sicarios,
abogados, testaferros, informáticos y hasta agentes de
valores. De la misma manera, debemos distinguir entre protectores violentos y bandas. Por un lado, “(…) nuestra
comprensión convencional de bandas debe cambiar porque este fenómeno en sí mismo ha cambiado. Las bandas al final del siglo 20 difieren en muchos aspectos de las
bandas de comienzos de siglo” (Kontos 2003). Las bandas no se encuentran, como muchas personas todavía
lo creen, solamente en los tugurios urbanos, sino también en la “atractiva y estable clase media urbana y en
los suburbios urbanos por igual.” (Cummings and Monti
1993:viii). Las bandas o combos, son precisamente los
espacios donde se encuentran los trabajadores a destajo
de estos empresarios, son la parte visible de la empresa
encargados de la actividad práctica y más deleznable del
ejercicio de la violencia. Por eso su vida útil es menor al
asumir todo el riesgo operativo en primer lugar, y luego,
al volverse un testigo, convertirse en una amenaza jurídica para el patrón. De otro lado, los protectores violentos por sí mismos
no se involucran en actividades criminales tradicionales, excepto por el uso ilegal de la fuerza y las amenazas
para poder ejercer funciones protectoras y de gobierno
en relación con otros grupos, grupos que “deben pagar
una cuota de sus ganancias” (Volkov 2002:64). Es difícil 122 123 enjuiciar a un depredador por inspirar temor, porque
la estructura de la acción en la protección violenta entorpezca la tarea de hacer cumplir la ley. Además, por lo
general es muy difícil atrapar al jefe o gerente de protección violenta en flagrante delito, como ha sucedido
con los líderes de la Oficina de Envigado: “Don Berna”,
“Danielito” y hasta el mismo “Valenciano” capturado en
años recientes5. Cuando es considerada por separado, la interacción entre un solo extorsionista y su víctima no puede ser entendida todavía como una protección violenta. Si empieza como un caso aislado o incipiente, la relación está
en sus etapas iniciales de desarrollo, y la imagen que
siempre viene a la mente es ésta de la extorsión. Es cierto
que los grupos suelen empezar por la comisión de actos
de extorsión y luego convierten estos actos en una empresa. Pero el concepto de protección violenta, de hecho,
implica “una multiplicidad de matones interactuando,
cada uno de los cuales pueden actuar simultáneamente
como amenaza y como protección” (Volkov 2002:35).
La extorsión es un acto particular, una ofensa criminal,
mientras una protección violenta es una “relación institucionalizada” (Volkov 2000b,718) que encuentra en la corrupción otra de sus herramientas privilegiadas(Schulte-Bockholt 2006:12). Por lo general, cuando un barrio,
un comerciante o una empresa han cedido a la intimidación de la extorsión organizada efectuando un pago,
todos ellos se verán obligados a pagar hasta el final. No puede olvidarse, para no confundir este fenómeno
con el chantaje, que aparte de la existencia de una orga- 5 De ahí que sea más cómodo desembarazarse de ellos extraditándolos a otros
países. 123 nización que proporciona una presencia constante y que
une a los matones con el pretexto de la protección, hay
una tercera característica que también debe estar presente para que esta estructura funcione con eficacia: a la
víctima se le debe ofrecer algún tipo de apoyo real. Algunos estudiosos, como Frederic Lane (1958), Thomas Schelling (1966), Douglas North (1990), Avinash
Dixit (2004), R.T.Naylor (2004),
James Anderson y
Oriana Bandiera (2003b) han tratado de comprender las
condiciones materiales bajo las cuales el uso de la fuerza organizada puede ser productivo, pero todavía hay
una falta fundamental de análisis económico general
de este modelo de protección violenta (Champeyrache
2004:9) y del caso particular que nos ocupa6. Resta en
consecuencia mucho trabajo investigativo que permita
desagregar las tres principales fuentes de financiación
de estos grupos: el “taxage”, popularmente llamado “vacuna”, valorada también desde su condición de cobro o
tributo cedido por el Estado; las inversiones en la economía legal, aspecto más explorado por la mayor facilidad
de allegar información dada su incursión en las cuentas
formales; y finalmente la explotación de mano de obra
asalariada que es dedicada no solo al trabajo sucio de la
violencia cruenta sino también a atender las relaciones
con las instituciones estatales y empresas legales7, a atender la parte técnica o logística, a administrar los grandes
capitales acumulados o al llamado “trabajo de masas”, 6 7 En los estudios publicados sobre las finanzas paramilitares no se desglosa y
profundiza aún este trascendental aspecto económico. Ver como ejemplo de
la carencia el pionero estudio Mauricio Romero (ed.) 2011. La Economía de
los Paramilitares. Corporación Nuevo Arco Iris: Mondadori.
La extinta Revista Cambio, junio 2005 registró el trabajo a sueldo de 11 trabajadores sociales en la sola Zona Nororiental de Medellín. La explotación
de mano de obra asalariada es aún una materia pendiente en la investigación
de la criminalidad reciente en Colombia. 124 125 realizado por líderes sociales a su servicio. El elemento
clave de este análisis económico de la fuerza (o del ejercicio de la coerción extorsiva) es “la definición de la medida exacta de violencia, esto es, de la cantidad de fuerza
que debe ser invertida para sostener la coerción” (Volkov
2000b:717). Medellín podría representar, además del pago de mano
de obra entrenada en el uso de armas, “un ingreso anual
para la ilegalidad, en solo micro tráfico, de un billón
147 mil millones de pesos. Si a eso se le suman apuestas ilegales, lavado de activos, prostitución, comercio de
armas, extorsión al comercio y obras públicas, las cifras
podrían llegar a ser escandalosas” (El Mundo, 28 Noviembre 2011). Precisamente por eso sería preferible hablar de mafias en plural, lo que sin embargo no responde
completamente a la imprescindible des-narcotización
del término y del fenómeno en cuanto tal (Comision
Lationaomericana sobre Drogas y Democracia 2008:8). Este tipo de iniciativa empresarial se caracteriza en consecuencia por el uso de la coerción continua con violencia latente, pero también por adelantar una función
social particular, y la intervención en la esfera política
con amplio impacto económico en los diferentes sectores sociales, por lo que puede ser más exacto hablar
de “violencia organizada”, en oposición a “crimen organizado”. La integración social de sus agentes criminales (Lampe 2004:107) nos obliga a reconocer la oscura
frontera entre legalidad e ilegalidad, la relación entre los
sectores altos y bajos del mundo criminal, así como el
terreno mucho más grande que puede ser cubierto por
la violencia organizada en comparación con el crimen
organizado. Precisamente por esta razón, no es esencial
que la ilegalidad sea considerada una característica defi- 125 nitoria de este tipo de delincuencia organizada (Volkov
2002:22). El arte de extraer ingresos a través de la protección violenta, o “empresariado violento”, como algunos la han
llamado, “produce y se deriva de soluciones organizativas
y estrategias de acción para manejar la violencia organizada e información sobre seguridad “(Volkov 2002:64).
De hecho, es este “complejo de relaciones entre las personas que ponen su influencia, posición social o algún otro
atributo para asistir y proteger a otros, y esos ayudados a
proteger” (Boissevain 1966:18) el que termina por generar el mercado para la venta de la protección armada. La
constante instigación a la desconfianza realizada por los
empresarios de la protección violenta ayuda a reproducir esta situación, como dice Gambetta, se alimenta de la
misma demanda que autogenera. 2. En dónde reside la excepcionalidad
de la violencia en Medellín Es en la existencia de un mercado con una enorme demanda de servicios ilegales en donde reside la excepcionalidad de la violencia en Medellín. Este mercado tiene
dos protagonistas básicos: hay mercaderes de violencias
y hay padrinos de dichas violencias. Mercaderes de violencias Uno de los factores decisivos en la emergencia de grupos tipo-mafia o de protección violenta es la creación
de un mercado de violencia. Para que emerja un nuevo
mercado se requiere una conjunción de circunstancias
entre las que se destacan: la demanda de recursos alternativos de protección que usualmente acompaña la 126 127 transformación de los mercados (Varese 2002:231), la
falla en la protección del Estado que hace el negocio más
rentable, y “el suministro de gente entrenada en el uso de
la violencia” (Gambetta 1993:78). En el ámbito local, lo
que catapultó el surgimiento no solo de la demanda sino
de la oferta, y con ella la existencia de estos grupos de
empresarios, fue la creación pionera de un fuerte mercado de compra, venta y comercio de violencia, gracias
a la enorme demanda de servicios realizada por clientes
nuevos, poderosos y adinerados. Además, de la existencia de un abundante suministro de
trabajadores potenciales bien entrenados en el uso de la
violencia, la recuperación de la autonomía local de los
sectores ilegales en el contexto de una crisis socioeconómica y política en la región, potenciaron y continuaron
alimentando ese tipo de acuerdos entre esos llamados
por Volkov “socios de imposición”. La recuperación de la
autonomía de la esfera extralegal es la cuarta circunstancia clave requerida debido a que -como lo ha demostrado Gambetta para el caso siciliano- el desfallecimiento
del sistema de control (Gambetta 1993:80) es el nudo
gordiano del negocio. “Así, tornándose más democrática, la organización de la violencia es accesible a muchos
y puede albergar aun pequeñas iniciativas que anteriormente podían solo respaldarse en el músculo y la energía
de sus patronos” (Franchetti, L. Conditioni politische ed
amministrative della Sicilia: 1876; citado por (Gambetta
1993:79) (Varese 2002:227-28). Así es como aparece un
mercado de violencia, mercado que Gambetta también
denomina “mercado de la sospecha”. Un indicador claro de la mano de obra entrenada existente en la ciudad es el número de hombres armados
que han prometido dejar las armas en cada proceso par- 127 cial de negociaciones y diálogos de paz. En Colombia,
las mayores desmovilizaciones urbanas, de hombres,
casi en su totalidad, se han dado en esta región, bastando
solo señalar que en 1994 se desconectaron de sus grupos
de acción más de 700 milicianos, que en noviembre de
2003 cerca de 840 reconocieron su participación en el
batallón paramilitar denominado Cacique Nutibara, y
que en la actualidad Antioquia, y en particular Medellín,
reciben el mayor número de reinsertados del paramilitarismo8. Todo esto sin contar que en las luchas por el
control del mercado han muerto cientos de pistoleros
a lo largo de estos años. Medellín ha sido una ciudad
cuna de desmovilizados, un mercado de mano de obra
entrenada. En el reino privado de los ejecutores de fuerza, de coerción y violencia física, a la larga no son solamente muy
apreciadas, además de los recursos materiales bélicos,
cualidades como la aptitud física, la preparación y el estado atlético, la competitividad, la disciplina y el espíritu
para usar la fuerza así como la resistencia para sufrir lesiones. Ciertamente el fácil acceso a armas y municiones,
o las cualidades antes descritas, no son suficientes para
asegurar a un individuo o grupo una carrera exitosa en
el empresariado violento. Además de la ambición bélica
o paramilitar y el liderazgo individual debe haber de un
lado oportunidades comerciales, como las que ofrecen
tradicionalmente los negocios de mercancías ilegalizadas, y de otro ser acompañadas de unas políticas estatales propicias. La ciudad fue y sigue siendo escenario de contratación,
en especial para los tipos de actividades que no pueden 8 El Colombiano, 9 de febrero de 2006. 128 129 acogerse a la protección oficial y requieren enorme y
creciente involucramiento de experiencia armada. Es el
“factor paisa” en un mercado que atiende los “servicios”
no solo de traficantes de droga y que por lo tanto no se
alimenta solo de su demanda. No se trata de un problema causado por los venteros
ambulantes, por los artistas del rebusque diario, por
desplazados sin vergüenza, por jóvenes pistoleros de
los barrios. Es un fenómeno mayor que los articula a
todos, un mercado orientado a estimular lo ilegal para
poder usufructuar su protección. Si bien, como ya ha
sido señalado (Gutiérrez y Jaramillo. 2004), aunque hayan sido políticos y no económicos los motivos que han
predominado por momentos en su desarrollo, los principios guías de este mercado de violencia en el área de
Medellín han sido también la ganancia implícita en las
entrelazadas formas de apropiación e intercambio. La
investigación de Martha Elvira Soto sobre la compañía
de transporte público Bellanita, en el vecino municipio
de Bello, ofrece un claro ejemplo de estos cruces (Soto
2007:40-3), (El Tiempo 25 Septiembre 2008) La explotación de mano de obra en la producción de esta nueva
protección, y su realización según las leyes de la oferta y
la demanda nos permiten comprender que estamos ante
una nueva mercancía, amén del nuevo fenómeno y el
nuevo campo de investigación que le vienen aparejados. Padrinos de violencias El espectro de mercados que comenzaron a caer bajo
el control de los empresarios violentos en los noventa
cubre toda una gama que va desde el contrabando y el
lavado de dólares del tráfico de drogas, hasta la administración de barrios marginales olvidados por el Estado en 129 la provisión, por ejemplo, de transporte público suplido
de manera privada con carros particulares popularmente llamados colectivos (buses, microbuses, y taxis), o de
acceso a onerosas tasas de crédito bancario suplido con
negocios agiotistas como el llamado “paga-diario”. La protección e imposición de tributación a negocios
informales e ilegales es el eje (Block 1983: xx) sobre el
cual gira y se amplía la protección violenta. Poco a poco
todos esos mercados informales o ilegales y los relanzados por la globalización económica irán cayendo en
poder de sus propias mafias, teniendo que reconocer los
políticos y académicos que no se tiene ni el mapa del
amplio espectro del mercado que está bajo su control
y mucho menos los términos y volúmenes de las transacciones. No se trata ya solo de la compra y venta de
mercancías de contrabando realizada desde pequeñas
tiendas, antiguamente conocidas como san andresitos,
sino de amplios territorios de venta masiva de productos de contrabando como el llamado Hueco que exhibe
como sus vecinas más privilegiadas a la Alcaldía y la Gobernación. Los escenarios y campos de acción de mafias que los protegen y usufructúan se multiplicaron de
gran manera: las plazas de mercado minorista y mayorista, carnicerías, terminales de buses intermunicipales,
eventos de entretenimiento masivo, mercados de juegos
electrónicos y de partes de computadores, lugares para
el cambio de divisas, circulación de mercancía pirata,
casinos y lugares de juegos de azar, juego del chance
(parcialmente legalizado después de convertirse en una
genuina e ilícita empresa lucrativa); control de las tarifas en lugares de intercambio y venta de servicios como
las casas de prostitución, ventas callejeras (por ejemplo,
de minutos de celular); al igual que el control de esferas 130 131 donde es común la alta desconfianza y la corrupción,
como las cárceles, el mercado negro de partes robadas
y de armas, así como las denominada micro-plazas de
venta de droga alucinógena al menudeo. Al considerar
esos tipos de actividades, que los grupos de protección
violenta “atienden”, encontramos que su centro no es el
expendio o el tráfico de drogas, la que se constituye más
bien en una de sus principales fuentes de financiación. La provisión coercitiva de protección violenta, como una
variedad del crimen organizado en Medellín, garantiza
no solo la seguridad del bajo mundo, ladrones, asesinos
y traficantes de mercancías ilegales (narcóticos, apuestas, armas, aparatos electrónicos, etc.), sino también la
salvaguarda de comerciantes licenciados, sea que expendan mercancías ilegales (productos piratas o robados,
lavadores de dinero, etc.) o servicios informarles o no
reglamentados (vigilancia vecinal, transporte público
en vehículos no autorizados, etc.) gracias al monopolio
de operaciones que ejercen en esferas sociales o institucionales, o sobre territorios como mercados públicos y
áreas de entretenimiento, así como espacios comunales
públicos que son administrados por medio de la fuerza. Gambetta ha avanzado en la identificación de las siguientes 3 esferas básicas de acción en las que se desempeña socialmente la protección violenta: protección
frente a otros depredadores, solución de disputas y forzamiento en el cumplimiento de acuerdos y contratos. 1. Protección frente a otros depredadores Este es el lado más conocido de la protección racket,
pues involucra y absorbe toda otra clase de comportamientos ilegales y criminales. La criminalidad, 131 bien sea organizada o desorganizada, es obligada a
trabajar ‘para’ o ‘bajo’ la empresa de protección violenta. La provisión de seguridad a bandas criminales y grupos ilegales llegará a permitir a las bandas
de oficina el control del sicariato, el secuestro, los
atracos bancarios y robo de mercancías de valor, tales como los automotores de marca. Pero las bandas de oficina no protegen forzadamente solo contra la competencia originada en
el bajo mundo. Ofrecen protección contra la sana
competencia, bien sea político-electoral o mercantil; contra el control administrativo, el ejercicio de
la justicia, etc. De este tipo es, por ejemplo, la provisión violenta de seguridad a grupos y partidos
políticos corruptos y a dirigentes locales acorralados o dominados por el afán de poder, dinero
o imagen; rentable actividad que puede incluir
desde la franquicia electoral a los políticos para
realizar la propaganda electoral y la campaña de
promoción de candidatos, hasta la desaparición de
contrincantes y la obtención del respaldo electoral forzado de la población. Asimismo, en nuestro medio estos empresarios consiguen una incidencia creciente sobre el ejercicio de la violencia
institucional, desde las labores de guerra sucia que
encubran las violaciones estatales de los derechos
humanos hasta el apoyo a las “políticas de gestión
con resultados”, “falsos positivos” u operativos “exitosos”, eficacia exigida a los mandos policiales y de
las Fuerzas Militares, que recurren a vías expeditas
no legales para conseguirlos. Esta “pactación” forzada se ejecuta gracias a que
existe una endeble y/o perversa incidencia del Estado, pero igualmente, por tratarse de negocios de 132 133 alta liquidez y rotación acelerada de inventarios,
que de un lado generan enormes sumas de dinero
y de otro hacen muy difícil el control de la veracidad de las transacciones, y que a su vez resultan
ideales para el lavado de ingresos por tráfico de
drogas, tales como la compra de finca raíz y construcción masiva, el préstamo diario e informal de
dinero llamado pagadiario, “las casas de cambio, las
comercializadoras, los servicios financieros”(Duncan
2005:39). En su portafolio están también la compraventa de derechos deportivos de jugadores de fútbol y la ficha de equipos deportivos profesionales y
hasta el implante de megaproyectos de desarrollo.
Igualmente, toda la actividad de falsificación y piratería en los pujantes y globalizados mercados de
artículos informáticos, electrónicos y de diversión
masiva, combustible y vehículos robados y pirateados, al igual que el contrabando de gasolina. 2. Arreglo de disputas Esta es una de las actividades “sociales” más tradicionales (Blok 1975:212) Volverse mediador en una
sociedad en la cual el Estado se presenta deformado o escaso, y donde su conducta se iguala a la de
otro depredador, puede ser bien visto a la par que
siempre será requerido un tipo de gobierno para
impedir el recurso a la violencia entre los miembros (Anderson 1979) y los protectores violentos lo
ejercitan a cabalidad. En Medellín, durante el pleno auge de La Oficina
con la banda La Terraza ocurrido en los últimos
años del siglo pasado, se obligaba a las bandas no
solo a rendirse y operar bajo su mando sino a pactar la no agresión con otras bandas enemigas. Aún
no está establecido cuántos de los 25 pactos de no 133 agresión realizados en la ciudad entre 1998-20009
fueron fruto menos de la acción mediadora de la
oficina de paz de la Alcaldía y más resultado del armisticio impuesto por la oficina La Terraza. Sin embargo, es claro que su número sí fue significativo. Como reconocidos casos figuran también el acuerdo en la comuna 8 de la zona centro-oriental a finales de 1999 y comienzos de 2000 entre las Milicias 6
y 7 de noviembre y la banda La Cañada, presionado
por La Terraza; y la intervención de Don Berna (jefe
de La Oficina) en el pacto forzado en el año 2002
entre las barras de seguidores de los dos equipos de
fútbol profesional de la ciudad, el Atlético Nacional
y el Independiente Medellín. El llamado “pacto del
fusil” realizado en el año 2013, ofrece otro de esos
ejercicios de pactación criminal que impone por la
fuerza, más que propiciar por voluntad, los acuerdos y “pacificaciones”. 3. Forzamiento de acuerdos y contratos Ciertamente uno de los más importantes papeles
de los protectores violentos es el hacer cumplir los
acuerdos y contratos, transacciones en las cuales los
participantes intercambian promesas en lugar de
mercancías (Gambetta, 1993: 24). Como las promesas por naturaleza conllevan enorme asimetría
en la información, pues solo el que las hace conoce
si podrá cumplirlas, su ejecución es la única forma
disponible para valorar su veracidad (íbid). Bajo estas circunstancias, el pago a un protector violento
será en consecuencia una garantía para el que recibe la promesa y una forma de sanear estos negocios
informales, ilegales o extralegales. 9 El Colombiano, 18 de marzo de 2002. 134 135 Esta figura representa un paso mayor en el proceso
de concreción de la asociación forzada, en la medida que establece tasas fijas de cobro regular a todo
contrato, usualmente del 10% como lo indicó Carlos Castaño, en entrevista con Germán Castro Caicedo (1996:162), aplicable también a toda venta de
productos o servicios. Se hace imprescindible en un
medio ambiente de desconfianza, como los escenarios donde fuertes y débiles intercambian servicios:
prostíbulos, ventas callejeras, casas de préstamos;
o donde la corrupción y el engaño son habituales,
como las cárceles, “plazas” –expendios de estupefacientes- y el negocio de armas. En conclusión este enfoque deja claro que la acción
criminal de los empresarios de violencia, solamente o principalmente vista como un monopolio de
fuerza para contrabandear drogas de consumo ilícito genera una interpretación bastante estrecha,
debido a que, al decir de Volkov, “injustificablemente estrecha su aplicación sociológica y confunde su
naturaleza con sus actividades complementarias y de
soporte”(2002:22). A la base se encuentran dos confusiones: la que asocia y reduce mafia a traficantes
de droga, y la que sigue viendo a las mafias como
mercachifles cuasifeudales y no admite su evolución neoliberal como empresarios de una nueva
rama industrial, la protección pública. 135 Bibliografía: Anderson, A. G. (1979). The business of Organized Crime. Stanford, Calif., Hoover Institution Press. Atehortua, A. (2006) Les organisations du trafic de drogues en Colombie. Cultures & Conflits Bandiera, O. (2003b). “Private States and the Enforcement of Property Rights: Theory of the Sicilian Mafia.”
Journal of Law, Economcs and Organization(Spring). Beare, M. E. a., R.T.Naylor (1999). Major Issues relating to
Organized Crime: within the context of Economic Relationships. Ottawa, Law Commission of Canada: 54. Bedoya C., J. J. (2010). La Proteccion Violenta en Colombia. El caso de Medellin desde los años noventa.
Medellin, Confiar-IPC. Bigo, D. (2008). Policing (in) security today. Basingstoke, Palgrave. Block, A. A. (1983). East Side- West -Side: Organizing
Crime
in New York 1930-1950. New Brunswick,
USA, Transaction Books. Blok, A. (1975). The Mafia of a Sicilian Village, 18601960. A study of violent peasant entrepreneurs. New
York, Harper and Row,Publishers. Boissevain, J. (1966). “ Patronage in Sicily “ Man 1(1):
18-33. Castro Caycedo, G. (1996). En secreto. Bogotá, Editorial
Planeta. Champeyrache, C. (2004). Entreprise légale, propriétaire mafieux. Comment la mafia infiltre l´économie
légale. Paris, Cnrs éditions. 136 137 Cummings, S. a. D. J. M. (1993). Gangs: The Origins and
impact of contemporary youth gangs in the Unted
States. The origins and imapct. C. e. Monti. Albany,
State University of New York. Daza, A. (2013). Nuevos Retos de la Seguridad Urbana
en Colombia, Medellin, Eafit. Democracy, L. A. C. o. D. a. (2008). “Drugs and Democracy. Toward a paradigm shift.” Dixit, A. K. (2004). Lawlessness and Economics. Alternative modes of governance. Princeton,N.J., Princeton University Press. Duncan, G. (2005). Del campo a la ciudad en Colombia.
La infiltracion urbana de los Señores de la Guerra.
Bogota, Universidad de los Andes. Gambetta, D. (1993). The Sicilian Mafia. Cambridge,
Mass., Harvard University Press. Gómez Martinez, J. e. a. (1991). En que momento se jodió Medellin. Bogotá, Lima : Ediorial Oveja Negra;
Editorial Milla Batres. Gugliotta, G. a. L., Jeff (1990). Kings of Cocaine. New
York, Harper. Gutierrez Sanin, F. a. J., Ana María (2004). “Crime,
(counter-)insurgency and the privatization of Security- the case of Medellin,Colombia.” Environment
and Urbanization 16(2). Hill, P. B. E. (2003). The Japanese Mafia. U. o. Oxford,
Oxford University Press. Konrad, K. A. a. S., Stergios (1998). “Extortion.” Economica(260): 461-477. 137 Kontos, L. B., David and Barrios, Luis, Ed. (2003). Gangs
and Society: alternative perspectives. New York, Columbia University Press. Krauthaussen, C. (1998). Padrinos y Mercaderes: Crimen
Organizado en Italia y Colombia. Bogota, Espasa. Lampe, K. v. (2004). Measuring Organized Crime. A critique of Current Approaches. Threats and Phantoms
of Organised Crime, Corruption and Terrorism. Critical European perspectives. P. C. J. Duyne, Matjaz;
Lampe, Klaus von and Newell, James L. Nijmergen,
Wolf Legal Publishers: 85-116. Lane, F. C. (1958). “Economic consecuences of organized violence.” The Journal of Economic History
18(4): 401-417. Naylor, R. T. (2004). Wages of Crime. Black Markets,
Illegal Finance and the Underworld Economy. Ithaca,
Cornell University Press. North., D. C. (1990). Institutions, Institutional Change
and Economic Performance. Cambridge,UK, Cambridge University Press,. Restrepo , L. A. (1991). “Estrategia Norteameriana de Segruidad y Trafico de Drogas.” Analisis Politico(13): 22-33. Reuter, P. (1985). Racketeers as cartel Organizers. The
Politics and Economics of Organized Crime. H. E. A.
a. G. e.Caiden. Lexington, Mass., Lexington Books. Schelling, T. C. (1966). Arms and Influence. New haven,CT, Yale University Press. Schulte-Bockholt, A. (2006). The Politics of Organized
Crime and the Organized Crime of Politics: a study
in Crminal Power. : . Lanham, MD, Lexington Books. 138 139 Soto, M. E. (2007). Auc S.A. El holding Paraco. El Poder
Para Que? L. Archila Ruis. Bogota, Intermedio editores: 15-56. Tilly, C. (1985). War Making and State Making as Organized Crime. Bringing the state back in. P. B. E. D.
R. a. T. Skyocpol. Cambridge, Cambridge University
Press,. Tilly, C. (2003). The Politics of Collective Violence.
Cambridge, Cambridge Univesity Press. Tovar Pinzon, H. (1999). Colombia: Droga, Economía,
Guerra y Paz. Bogota, Planeta editorial Colombiana. Varese, F. (2001). The Russian Mafia: Private Protection
in a new market economy. Oxford, England;New
York, Oxford University Press. Varese, F. (2002). Is Sicily the future of Russia? Russian
and Post-soviet organized crime. M. Galeotti. Aldershot, England; Brookfield, Vt., Ashgate: 224-258. Volkov, V. (2000b). “The political economy of protection
rackets in the past and the present.” Social Research
67(3): 709-744. Volkov, V. (2002). Violent Entrepreneurs. The use of force in the making of Russia Capitalism. Ithaca ; London:, Cornell University Press. 139 Serie Relecturas N.º 36 Se terminó de imprimir en el taller de Pregón S.A.S.,
durante el mes de noviembre de 2014,
para el Instituto Popular de Capacitación (IPC) Medellín, Colombia.